Me acuerdo de Mar, la señora de la limpieza que se parece a Annie Lennox y que cada atardecer nos vaciaba las papeleras con sus manos de pianista.
Me acuerdo del rumor de patio de colegio que entraba por la ventana deshaciendo la mañana con carreras risueñas y chillidos de empellones. De los niños que se sientan en un banco con las manos bajo los muslos y los pies colgando.
Me acuerdo de aquella maleta gris, resumen de una vida portátil, y de la alegría al verla rodar encima de la cinta esperando mi abrazo.
Me acuerdo del arroz de los domingos, de pelearnos por los bordes socarrados, y de la palabra paloma , que es como mi madre llama al azafrán.
Me acuerdo de la taquillera del teatro que sabe más que yo; del crujido de las sillas y su terciopelo rojo, de los actores saludando al final, temblando porque aún llevan el personaje dentro y parecen sonámbulos entre aplausos.
Me acuerdo de los retratos de hombres relevantes que cuelgan en todos los edificios nobles: los colegios de abogados, las bodegas de Jerez, las salas de los consejos de administración, el Ateneo… mirándonos como si fuéramos bobas mientras se acicalan el bigote.
Me acuerdo del pueblo, de la primavera húmeda, del romero y los caracoles. De las ollas de caldo a fuego lento cuyo olor unta la raíz del pelo.
Me acuerdo de las peluquerías, templos egipcios donde unas diosas te masajean el cuero cabelludo y te piden con sus labios de nata que descruces piernas y brazos.
Me acuerdo de la noche extranjera, de agitar un cóctel con cinco países sumergidos en alcohol.
Me acuerdo del vendedor que dice: “Tómate tu tiempo” y canturreaAgua de beber doblando prendas con una destreza que te devuelve la fe en el orden del mundo.
Me acuerdo de cuando presumíamos: “En esta ciudad hay cinco actos por noche”. Y no íbamos a ninguno.
Me acuerdo de aquel andaluz tan listo que saludaba a las estrellas en veinte idiomas, tres más que Borges.
Me acuerdo de vuestras manos, la una grande y morena, la otra pequeña y blanca, cuyas uñas no veo crecer desde hace más de cuarenta días.
Y también me acuerdo de la última vez que no sabíamos por qué brindábamos.
Imagen: David Hockney, Portrait of an artist.
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