Darte cuenta de que repites a menudo la misma cantinela de tu madre: “Apaga la luz, por favor”.
No perdonar el café con leche de las 9, la cocacola de las 19 ni la copa de vino de las 21. Convertir las horas y los estimulantes en liturgias líquidas.
Empezar a andar en calcetines por casa, incluso para recibir al mensajero.
Deshacerte de medio armario, hasta de prendas históricas: ya no las necesitas para recordar.
Empezar a sumar los minutos que pierdes cada día buscando objetos que depositas vete a saber dónde mientras piensas en otras cosas.
Pasar de celebrar los cumpleaños a considerarlos algo bastante desagradable, hasta que dejan de importarte y valoras la suerte de seguir viva.
Dimitir de querer estar al día en música, sobre todo si tu nivel de inglés no es elevado.
Huir de experimentaciones cuando quieres “quedar bien”. Dejar de querer quedar bien.
Ante una avería –o catástrofe– doméstica, no preocuparse, llamar al seguro, y pedir la cena por teléfono.
Dejar de querer estar al día en música. Sobre todo si tu nivel de inglés no es elevado.
Quedarte embobada con los niños pequeños, admirar sus evoluciones, sus preguntas, cómo les mueve el instinto de supervivencia, cuánto es de libre su imaginación.
Atreverte a chistar sin demasiado apuro a quien habla por teléfono en el vagón de silencio del AVE. El silencio y el tiempo propio han acabado siendo las mejores drogas.
Recordar que la dignidad humana también incluye que nadie merece sentarse, en un restaurante o en un acto, à côté de la toilette.
Probar todas las leches vegetales, y volver a la de vaca sin lactosa. No comer carne roja, ni azúcar, ni… Ahora, ateos gastronómicos, ¿cómo podéis prescindir del pan y el vino?
Mirar por la ventana, enchufarte a Blue world de Coltrane o a un libraco de Thomas Hardy, y disfrutar del tiempo que pasa contigo dentro de él.
Olvidarte del dicho vulgar “a cierta edad, decide: cara o culo”. No debe despreciarse ninguno de los dos. Tampoco hay que pesarse cada día, ni cada mes. No tener que dar cuentas a una báscula de tu frustración.
Anestesiarte, tu sabrás cómo: correr, meditar, ver series, practicar sexo, coleccionar, comprar…
Viajar sin joyas, libros fetiche, cuadernos manuscritos ni nada que no quieras perder.
Saludar por su nombre a aquellos que te cruzas a diario y que limpian, mantienen o protegen el lugar donde trabajas.
Revisar los asientos y el suelo antes de cerrar la puerta de un taxi. Puede que halles uno de tus pequeños tesoros, incluso tus llaves.
Andar. No por la grasa, ni por el colesterol. Andar y pensar, o mirar. Andar para redimirse , y engancharte a la app que cuenta los pasos porque no eres perfecta.
Aceptar tu soledad animal, a pesar de tener una familia maravillosa.
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