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Bruxismo político

Un día, un jefe pequeñito, aunque más grande que yo, se me puso lastimero: “No voy a permitir volver a cargarme una muela por culpa de toda esta tensión”. “¡Y me lo hice durmiendo!”, añadió exaltado mientras se pasaba la lengua por el socavón en la encía. Era un hombre luterano que hablaba de updates, ebitdas, break evens o petits avis y petits mots –como le gustaba decir en francés– con rictus severo. Tan sólo su mandíbula era conocedora de que se estaba cociendo su despido.

Las quijadas no mienten. Son persistentes. Ocupan titulares majestuosos: “Una mandíbula neandertal reescribe la historia de la evolución”. También granguiñolescos: “Un boxeador le rompe la mandíbula a la mascota de un programa de televisión en directo”. Su presencia es colosal, protagonista de nuestra anatomía y nuestra psicología. Observo las de nuestros líderes políticos; cómo sostienen la horizontalidad del rostro, fijándola, o la contienen para no defecar sus nervios en directo. Y de qué manera les late el nervio maxilar cuando se enrocan en un mensaje trampa.

Otra cosa son los mentones peludos.Veamos si no cómo parece haberse hecho mayor de pronto Pablo Casado, cuya barba vacacional, escapando del estatus de tentativa, le ha vestido la mandíbula para encumbrarle en la máxima autoridad del Partido Popular. En su anterior campaña, pecó de estirar las comisuras de los labios, a la vez que Pedro Sánchez empezaba a contraerla planificando las negociaciones para un desacuerdo de gobierno. Todo lo contrario ocurre con la aparición en el ranking de candidatos del imberbe Íñigo Errejón, que, según augura la demoscopia, no ayudará a desbloquear España, pero aspira a rematar a sus antiguos camaradas. Y sin pelusilla en el bigote.

La barba es el ornamento masculino con más abundante simbología: autoridad y sabiduría, religiosidad y fundamentalismo, rebeldía y pacifismo. De Jesucristo a John Lennon, pasando por Karl Marx, Fidel y el Che u Osama bin Laden. Cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, parecía estar en peligro de extinción, llegó la contracultura con sus beatniks y hippies al rescate. Y aunque en los noventa una primeriza metrosexualidad alabara el depilado integral entre los hombres –también como urgencia de una nueva masculinidad–, hoy proliferan las barberías modernas que han recuperado el arte de hidratar y esculpir el vello facial. No se trata de barbudos rudos, sino barbones coquetos, hipsters que fusionan la estética primitiva con el diseño nórdico.

Tres hombres barbados –Abascal, con punta respingona; Casado, a lo Felipe VI, e Iglesias, a quien la perilla le va creciendo y se expande, rala, cada vez más grave– y otros tres afeitados –Sánchez, Rivera y Errejón– exhibirán en las próximas semanas sus rostros frente a las cámaras. Prometerán y acusarán, ante la frustración nacional de volver a ver la misma película: un duelo de mandíbulas forzadas a apretar desesperadamente en su combate de bruxismo político.

Publicado en La Vanguardia

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