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María Dolores de Cospedal y Pedro Sánchez

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Ese Pedro Sánchez Castejón, apodado Ken o marcapaquetines cuando afloró en el parqué socialista junto a Antonio Hernando y Óscar López, “los chicos de Blanco”; ese joven político crucificado por su fotogenia, perseguido por la maligna etiqueta de ‘guapo tonto’ ha desplegado por fin su capote. Y de qué manera. Cerrando la cuadratura del círculo vicioso. Una pica en la carrera de San Jerónimo. Porque hubo un tiempo en que el “todos con Susana” era “todos contra Pedro”, y la soledad se fue agrandando alrededor de este inesperado líder de camisa blanca. Dieron por hecho que era un sprinter, pero aquel profesor de economía que cobraba 1.200 euros al mes, clase media esforzada y liderazgo nato por altura y mandíbula, se ha coronado como corredor de fondo. Tras su bautismo político y una excedencia en la universidad, agarró el Peugeot para recorrer España paso a paso, pueblo a pueblo. Dormía en casas de acogida de los propios militantes, apenas sudaba. Parecía tener una hoja de ruta calculada, fría como es él, que solo delata su contención y control en los huesos del mentón. Hasta que llegó a las primarias, perdió las elecciones y fue descabezado en un golpe de estado sin precedentes ferraziano.

En su cruzada contra todos, en el fatal aquelarre, acabó flaco, escobando un mechón canoso hasta que el tinte le empoderó de nuevo de juventud. Viste entallado, reividincando su 1,90 –tan dispar al de Rajoy, que parece mas bajo que él–, un líder del streetsytle que combina pantalones chinos con camisas blancas y zapatos de ante, que usa chaquetas de cuero y tejanas pretendiendo representar a la España de terraza.

Desprovisto de ironía (gruesa ni fina), sin querer brillar pero haciendo sentir, marcando el guión con los dedos al estilo de los profesores, durante la moción de censura Pedro Sánchez recuperó todo honor parlamentario, cuidando las formas anudado por una corbata gris a lo Cary Grant. “No espere de mi parte, señor Rajoy, ningún insulto en el debate. Usted ya forma parte de un tiempo pasado del que se empieza a pasar página”. Fue hábil, eficaz y generoso ante un Rajoy más fantasma que Frankestein que lo miraba atónito, mascando una gominola, a quien le ofreció la posibilidad e dimitir y ahorrarse el escarnio. Pedro Sánchez, antaño pdrschnz, ha recuperado sus vocales y ha empollado las oposiciones a la real politikcon con la ambición de gobernar esta España en la intemperie.

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La mayoría de mujeres, cuando hablan en público y se les secan los labios, los humedecen por dentro, como si se los mordieran. Aunque hay excepciones. Ahí está María Dolores de Cospedal, que, con su aplastante seguridad, saca la punta de la lengua y los repasa, tan femenina y a la vez tan formal, aunque apenas mueve el de arriba al hablar, al estilo Aznar. Esa rigidez que nunca la abandona, igual que su media melena acolchada. O que sus chaquetas talaveranas y su disciplina ósea, adquirida ya de pequeña como girl scout del Grupo Dominicas. Una castellana recia, catolicona, tenaz, a veces hipnóptica.

Nunca ha ejercido de fontanera, sino de ingeniera de caminos y puentes del partido en el cual ejerce, desde 2008, de secretaria general. Tampoco, y a diferencia de Soraya, ha sido nunca María Dolores. “La Cospe” para amigos y enemigos, “La peineta metálica” para Wyoming y compañía. La han querido denigrar hasta llamarla “La chacha del PP”, dice, dolida por la falta de apoyo de las feministas porque no ha sacado pecho por sus compañeras cuando se ha puesto la lupa en sus hombres, y se ha rebuscado en sus alcobas. Tras la sentencia de La Manada, declaró que no estaba en condiciones de “entrar en la mente del tribunal, que es el único que ha visto las cintas grabadas” y animó a presentar recursos.

Estos días ha repetido muy alto un “yo no miento” al asegurar que en el PP jamás hubo una doble contabilidad. “¿Es que los jueces son infalibles?”. Gran declaración para una Ministra de Defensa que ante el zafarrancho en su propia casa dispara a la justicia.

Louis-Ferdinand Céline, que acumuló en su vida una incomparable experiencia en lo que a puntos de no retorno se refiere, explicó que hay situaciones en las que no queda otra que “mentir o morir”. Hace tiempo que Cospedal ha hecho suya esa filosofía. Podría establecerse la fecha exacta: el 25 de febrero de 2013, el día en que salió a la sala de prensa de Génova a explicar el “despido en diferido” de Bárcenas. Tomó un camino que no tiene fin -o sí, depende de la aritmética parlamentaria-. En su comparecencia, precisamente allí, en el Congreso de los Diputados, se empeñó celinianamente en contestar la sentencia de la Gürtel. De cabo a rabo: ni la caja B es un hecho probado, ni el PP ha sido condenado por corrupción, ni los ordenadores de Bárcenas eran populares. De rostro amable del PP a mentirosa compulsiva, eso sí, sin que sus rasgos angulosos tiemblen, ni en sus ojos verdes de pibón español se perciba el vacío.

Publicado en La Vanguardia

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