Rosalía Iglesias, esposa de Bárcenas, dijo al juez: “Todo lo que hace mi marido me parece bien”. “Mi marido”, en cuántas ocasiones he escuchado mascar esa expresión con calma golosa, igual que los que fuman a gusto y hacen anillos de humo. Calladas y risueñas, nunca hablan primero, y si lo hacen tan sólo apostillan lo que dice él, el, el tipo más cojonudo de la mesa. La historia sentimental de nuestro país está forrada de maridos portentosos, más listos que el hambre, que se han ocupado de las matemáticas en exclusiva. Hombres que no sólo las enamoraban y les ofrecían protección, sino que también las anulaban. Auténticos caballeros que les permitían alargar su minoría de edad mental y les procuraban una tarjeta de crédito ilimitado, propia del estatus de “mujer de” al cien por cien.
Así titulaban los periódicos en los noventa, cuando Blanca Rodríguez-Porto, aún casada con Luis Roldán, entraba en la cárcel para cumplir cuatro años. En todas las portadas, la doctora de los abrigos camel fue siempre “la mujer de Roldán”. Condenada por un delito de encubrimiento y otro contra la hacienda pública, su marido la mandaba –junto a su madre y a sus hermanos– a abrir cuentas bancarias en Suiza. Utilizaba la excusa de que, por cuestiones de seguridad, él no podía hacerlo. Y la suegra, Josefina Pérez, y los cuñados, tan habituados a la vida misteriosa de Roldán, que siempre andaba con secretos, lo creyeron, según contaron en el juicio.
“De todo esto se ocupa mi marido”, dicen, ejerciendo de mujeres sumisas y complacientes, perezosas de pensar por ellas mismas, femeninas siempre, que no feministas. “Yo sólo hice lo que me mandaron”, repiten con insistencia. Un amor ciego y sordo, obligado. La más osada que recuerdan las hemerotecas es Pilar Gómez-Reyna, presidenta de Gescartera, que estafó 200.000 millones de pesetas: “Le dije: ojo, no quiero poderes, quiero ser un florero; a mí no me importa ser una mujer objeto”. El tribunal del caso Gürtel se ha mostrado inflexible en no reconocer a las esposas de Correa o Bárcenas la categoría de mujeres de juguete, atributo que las “relegaría a poco más que un simple objeto”, algo que “no debe consentir el tribunal” .
En tiempos en que las nuevas princesas entran solas en el templo para casarse y suprimen el voto de obediencia al esposo, emergen de detrás de los exministros corruptos de Aznar una colección de mujeres taciturnas, con gafas, que afirman que no se permitieron pensar por sí mismas. Sin duda se trata de una estrategia de defensa –que en el pasado ha conseguido un notable éxito–, pero los avances en materia de igualdad y la pionera sentencia del Gürtel, que invoca la teoría de la ignorancia deliberada, amenazan con fulminarla de la jurisprudencia. Sin duda es una buena noticia para la igualdad, también un aviso para navegantes antes de estampar una firma por amor, o lo que aún es peor, por deber, y acabar como un florero entre rejas.
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