Me ocupo en revisar las nuevas tendencias, que acostumbran a ser un espejo de cómo nos apañamos en el mundo: dicen que en Francia la hamburguesa ha derrotado por primera vez a la baguette, y, paralelamente, los norteamericanos, a quienes siempre había avergonzado el bidet, empiezan a descubrir las ventajas del chorro de agua a fin de combatir los graves problemas de contaminación producidos por el abuso de toallitas húmedas.
Son tiempos con una elevada tasa de cambio. La palabra prestigio ha perdido su ascendente, y los cargos públicos, pero también los artistas o los intelectuales, huyen de ella como de la peste. El populismo hace tabla rasa, y las sociedades creen no tener líderes capaces, creíbles y con fondo, pero aun así los votan. En Occidente, estalla una gran crisis de reputación, favorecida por la plaga de fake news, la masiva fuga de datos de Facebook y la ciberpiratería, todas ellas señales de la inconsistencia de los mensajes que nos rodean. ¿Cuánta palabrería hueca escuchamos al día? ¿Cuánta miseria de pensamiento se promueve desde las redes, y cuánta permanece?
Al igual que el fast food, el pensamiento rápido es indigesto y poco saludable. Y, si a mediados de los años ochenta el denominado “movimiento slow” surgió en respuesta al atropello cotidiano que encumbraba la velocidad como antídoto ante el tedio, me encuentro ahora con un manifiesto firmado por el profesor de psiquiatría Vincenzo Di Nicola en favor del pensamiento lento. Asentado en cimientos filosóficos que van de Sócrates a Badiou, pasando por Erasmo de Rotterdam, Walter Benjamin o Lévinas, el pensamiento lento promueve la concepción de nuestra vida como un largo camino que no debe jalonar la inmediatez de la e-comunicación. Por encima de todo, apela a la reflexión antes que a la convicción –de la que nuestra sociedad va muy sobrada– y reivindica los verbos demorar, esperar, apelar o resistir, porque la claridad mental tiene que ser previa a la acción. El profesor recuerda aquella recomendación de Wittgenstein para todo aquel que quisiera filosofar que hoy sólo pronuncian los mejores vendedores ante la puerta del probador: “Tómate tu tiempo”.
La noción de lo útil ha aparcado a la de valioso. Que los currículums escolares hayan prescindido de la filosofía en secundaria, que las humanidades sean tratadas como basurilla y que importe más llenar las aulas de iPads que de contenidos resultan claros síntomas de empobrecimiento cultural así como de la mentalidad taquicárdica que nos domina. El pensamiento lento propone una actitud reposada, dispuesta a desenmascarar y decodificar automatismos, a escuchar y repensar. A abstraerse del ruido y la prisa. A liberar al propio pensamiento de sus limitaciones. El pensar relajado.
Comentarios