Recuerdo el tiempo en que las chicas se dividían en tres clases: las guapas, las atractivas y las que tenían personalidad. Siempre me sentí a gusto formando parte del tercer grupo, el más inasible, aunque con frecuencia consistiera en un eufemismo para integrar a las que, lejos de esconder un defecto, lo mostraban sin disimulo, como aquellos pechos que crecían independientemente del resto del cuerpo, o la colección de pecas que heredamos las hijas de madres pelirrojas. La belleza caduca y el atractivo es caprichoso, pero la personalidad atrapa. Un valor elevado, y una manera de estar en el mundo. No sé quién me inculcó esa idea, pero rigió durante toda mi juventud, consciente de que lo más atractivo de mi ser era mi cabeza.
Por entonces, decían que me parecía a Meryl Streep, y yo estaba encantada de formar parte de su escuela de mujeres con perfil duro. Pero la madurez todo lo trastocó, y a punto de cumplir los 30 me operé el tabique nasal. La duda que me acompañaba, la que no había querido afrontar hasta entonces, radicaba en el riesgo a perder mi personalidad, porque acaso mi fuerza, mi imán, residiera en mi caballete, como la fuerza en el pelo de Sansón. Combatí ese conjuro y acaté la realidad: continuaría siendo yo sin aquel abrupto perfil.
“Me parece formidable que haya también mujeres a las que les guste seducir, que sepan seducir, y otras que sepan casarse, que haya mujeres que huelan a sexo y otras a merienda de los niños que salen del colegio. Formidable que las haya jóvenes, muy guapas, otras coquetas y radiantes. Francamente, me alegro por todas a las que les convienen las cosas tal y como son. Lo digo sin la menor ironía. Simplemente, yo no formo parte de ellas”, escribía Virginie Despentes en Teoría King Kong (Random House, 2006). En este número, el filósofo Paul B. Preciado –que la tradujo al español– la califica de Balzac punk. Despentes es una narradora deslumbrante y una trituradora de prejuicios. Hay que leerla, desarma la impostura con limpieza, sin esnobismo. De ende el derecho a formatearse como cada cual elija. En Teoría King Kong –publicado originalmente hace doce años– afirmaba que si fuera guapa no escribiría como lo hace. Hoy es una morena teñida de rubia con bastantes kilos menos. No es una seductora al uso; lo hace con su inteligencia y su verdad, dejándola caer sin aspavientos. Este número está poblado de mujeres con personalidad y un lado indómito.
“Es muy ella”, se dice de aquellas que no se conforman con la receta de una feminidad guionizada, que son obstinadas, impacientes, sentimentales, sexuales, torpes, miopes o leales, mujeres con carácter. Hay una manera de serlo, sin mantequilla, que confunde a las más jóvenes. A las que empiezan a doblegar su personalidad y confunden los celos con el amor e incluso desisten de sus deseos y sus metas, abandonan sueños que habían abrigado con calor. En España, la violencia machista entre jóvenes se ha triplicado en los últimos diez años. Detrás de cada violento hay una superviviente, que, cuando quiere recuperar su fuerza interior, suele darse cuenta de que es demasiado tarde. Hay que impedirlo. Porque tener personalidad es, en definitiva, quererse lo bastante para seguir soportándose uno mismo. Carácter es destino como afirmaba el filósofo, pero también es estilo.
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