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No sólo es testosterona

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Nikolas Jesús Cruz, 19 años, 17 muertos en Parkland; Adam Lanza, 20 años, 28 muertos (20 de ellos niños) en Newtown; Eric Harris y Dylan Klebold, de 18 y 17, 13 muertos en Columbine. Y, en España, muy recientemente, dos niños de 14 años detenidos por matar a un matrimonio tranquilo en su casa de Bilbao, y una pandilla de entre 12 y 14 investigados por violar a un compañero de 9. Todos varones. Mataron, torturaron y violaron en la edad en que, según la biología, se alcanza el pico más alto de testosterona, conocida popularmente como la hormona de la agresividad. O de la masculinidad. “En la medida en que la violencia es un problema de hombres jóvenes, no casados o rebeldes que compiten por la dominación, sea directamente o en nombre de un jefe, en realidad el problema es que el mundo hay un exceso de testosterona” escribe Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro (Paidós). Ayer, en La Vanguardia se publicaba este titular: “La violencia machista en menores se triplica en 10 años”. Tal vez no sea nuestro oficio preguntarnos por qué –por mucho que nos corroa–, pero sí es obligación nuestra averiguar cómo. De qué manera se tolera la agresión al otro como parte del juego, sin discriminar entre los videojuegos y la realidad. Cómo se pasa del miedo infantil a la oscuridad, al placer de la dominación.

Pinker lidera la teoría del progresivo declive de la violencia en la edad moderna apelando a las fuerzas luminosas de la razón, la ciencia y el progreso. Afirma que “los hombres, con mucho, son el sexo más violento”, y demuestra que a lo largo de la historia, el reconocimiento de los derechos de las mujeres y la oposición a la guerra van de la mano. Hasta evoca la Lisístrata de Aristófanes, cuando las mujeres atenienses hacen una huelga de sexo para que sus maridos pongan fin a la guerra del Peloponeso. Generaciones de hombres pacíficos han demostrado que la violencia es sólo una de las herramientas de relación social, de ningún modo inevitable. Pero, a pesar de la pretendida domesticación de la agresividad y de la educación en valores, ¿qué está ocurriendo para que se exacerbe la barbarie entre jóvenes, y no sólo norteamericanos y armados? ¿No debería ser adaptado el modelo educativo al nuevo escenario, incrementando su impronta humanista?

Hace pocos días escuché al presidente del Gobierno, a propósito del debate del modelo de inmersión lingüística, sobrevolando el asunto. Declaró que la revolución digital es “la verdadera política de educación hoy”. Sin ninguna duda. El iPad, y no el Prozac, ha acabado sustituyendo a Platón, al tiempo que los adolescentes del siglo XXI le sacan la navaja a su novia tres veces más que en el siglo pasado. A mayor desculturización, más poblada es la selva.

Publicado en La Vanguardia

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