Carla Bruni introdujo su tema “L´amoureuse” en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid como “otra canción de amor. Porque es todo lo que tengo que ofrecer: canciones de amor”. Qué gran oficio, y qué grato escapismo, mientras el mundo ruge. Quien no querría dedicar su vida a cantar canciones de amor, sin tener que preocuparse de nada más, tan solo que no le fallen las cuerdas vocales. Bruni no tiene un gran voz, y ni de lejos es Melody Gardot o Madeleine Peyroux, pero ha construido un estilo con sentimiento y estética. Mueve las manos siguiendo la tradición de las chansonnières, voilà el mix entre Madame Gréco, Ornella Vanoni y los Rolling Stones. O, según mi amiga Laurence Benaïm, “entre ABBA y Gaingsbourg”.
Cumplidos ya los cincuenta, pitillo de cuero negro con fruncidos de motorista en las rodillas, blazer y camiseta, riega todos sus gestos de suavidad sobre el escenario. Es una mujer gata. No se mueve, se desliza; juega a una discreta seducción. “Quiero dedicarme a crear e interpretar música hasta que me muera”, declaró a La Vanguardia, donde contó un día de su vida: “Llevo a los niños al colegio, luego me dedico a hacer cosas prácticas, algo de deporte y escribo y hago música de noche”. La recuerdo en sus años de pasarela. No era de mis favoritas. Al lado de Naomi, Claudia o Cindy languidecía. Aunque una vez, charlando con un editora de moda italiana, la vi llegar tarde a un desfile con una chaqueta larga hasta los pies, las piernas desnudas, parecía una bailarina. Nos guiñó un ojo, y mi colega me contó que pertenecía a una gran familia, que tenía una gran biblioteca y que por su casa siempre habían desfilado intelectuales y artistas. También que era inteligente ambiciosa y enamoradiza. A ella podría resumírsela con aquellas audaces palabras de Albert Camus: “hay alguna gente que gasta excesiva energía simplemente para parecer normal. En Madrid, contó con un público VIP variopinto: un Sarkozy –invertidas ahora las tornas– flaco y con camisa abierta que espantó a los paparazzi, su amigo José María Aznar junto a Ana Botella, Almodóvar o el ex marido de la duquesa de Alba, sobre quien recaen fake news reales.
Nada más salir del Elíseo –“fue un honor estar allí y, sin embargo, un alivio irse”, dejó dicho al puro estilo bohochic– fichó como imagen de la firma Bulgari, perteneciente a Bernard Arnault. Su roce con la moda ha sido más bien estratégico: alejándose de sus pasillos, aunque sin dejar de explotar el pasado. Bruni fue una de las cinco ex top models que homenajearon a Versace sobre la pasarela de París en el 20 aniversario de su muerte el pasado año. Se multiplica la estela Versace en el planeta fashion. Él relanzó mundialmente la moda italiana, construyó una firma representada por la cabeza de la gorgona Medusa, símbolo de opulencia, fiel a la sensualidad y el barroco. Cuando en los grandes ateliers aún arrugaban la nariz ante los millonarios rusos o árabes, él les ofrecía pases privados. Fue un calabrés internacional que murió asesinado en Miami. Hoy, las tendencias lo evocan, y Donatella, cada vez más activista de causas justas, es reverenciada. Acaso por ello se han amplificado los desaires ante el inminente estreno –el próximo 17 de enero– de la nueva temporada de American Crime Story. A la familia no le ha gustado, y marca distancia. Y la de Alcobendas, que interpreta a Donatella y ha declarado su admiración por ella, ni en la gala de los Globos de Oro ni en la presentación del biopic se enfundó un drapeado de la firma.
La moda es un telar de afinidades tan electivas como azarosas que construye grandes personajes secundarios. Su historia está llena de ayudantes de cámara que acabaron convirtiéndose en el alter egos del creador. El último en llegar es Sebastien Jondeau, que ha sido guardaespaldas, modelo, chófer y secretario personal de Karl Lagerfeld. Tiene un porte atlético, modales exquisitos y mirada canalla. Y está considerado uno de los hombres más atractivos de París. Esta semana, en le feria Pitti Uomo de Florencia, ha presentado una colección cápsula, ‘Karl Lagerfeld curated by Sebastien Jondeau’, con prendas deportivas, parkas, y trajes de tres piezas inspirados en su armario. Corren múltiples rumores acerca de la salud del Káiser, pero no hay semana en que una idea suya no sea noticia. Todo lo que toca lo convierte en objeto de deseo. Antídotos contra el aburrimiento: una exmodelo primera dama que canta canciones de amor frente a hombres que firmaron guerras, una serie sobre el asesinato del diseñador que reafirmó el imperio de la moda italiana vistiendo a nuevos ricos, y el guardaespaldas de Lagerfeld convertido en diseñador. El mercado se agita a golpe de influencers, y todo se virtualiza, incluso la política, dispuesta a gobernar por plasma, Twitter y Skype.
Comentarios