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La última ambición

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Un caluroso día de agosto de 1950, en el hotel Roma de la piazza Carlo Felice de Turín, Cesare Pavese tomó diez dosis de un potente somnífero y murió. Se suicidó cuando ninguno de sus amigos estaba en la ciudad. Lejos de cualquier lazo de afecto, huérfana la tentación de arrimarse a un hombro. En su diario dejó escrito: “En nuestros tiempos el suicidio es un modo de desaparecer, se comete tímidamente, silenciosamente. No es ya un hacer, es un padecer”, y añade: “La dificultad de cometer suicidio está en esto: es un acto de ambición que se puede cometer sólo cuando se haya superado toda ambición”.

Pienso en la violenta muerte de Miguel Blesa, en su último gesto de ambición. Viajó con su arma y una muda. Tuvo el detalle de darle el teléfono de su mujer al guarda. Un tiro, un padecer. El que fue todo un icono del dinero frondoso, dueño de un bosque de millones; un símbolo de esos atajos especuladores. El exbanquero amigo de Aznar escribió su final como víctima de sí mismo, igual que aquel financiero que se arrojó tras el crac del 29 desde la planta veinticinco del hotel Savoy-Plaza, donde se alojaba Churchill, entonces canciller de Hacienda británico. O del hijo de Madoff, que incapaz de soportar los 150 años de condena al padre, se ahorcó mientras su pequeño de dos años dormía en el cuarto de al lado. En el caso de Miguel Blesa hubo también cloacas de altura: tarjetas negras, prácticas desaprensivas, robos desalmados, lujos obscenos. Y acaso la ambición voraz fuera sustituida por la conciencia de vivir entre barrotes, un revés para un tipo que descorchaba los más caros vinos del mundo, como tantos presos exvip de España.

Cuando se suicida un personaje público, de nuevo aflora en los medios un asunto mucho más silenciado que el de la violencia machista. Entre el tabú y el respeto, y el temor a la emulación, autoinflingirse la muerte produce un agujero existencial: ignoramos sus porqués, sus patrones, y preferimos mirar a otro lado. Aun así, es la más heladora de las fantasías con las que juega el adolescente o el parado, mientras para los enfermos terminales consiste en su acto final de libertad.

En el 2015, último año con datos oficiales del INE, se contaron 3.602 suicidios, que frente a los 1.160 fallecidos en accidentes de tráfico nos dan cuenta de la gravedad del asunto, ya que la pérdida de ambición por vivir constituye la primera causa de muerte no natural en nuestro país. Diez al día. Decimos: “¡Qué fuerte!”. Se habla de depresión, drogas, desesperación. Sin embargo, apenas existe voluntad pública para frenar el problema. Catalunya es la única comunidad donde se ha activado un plan estratégico de prevención del suicidio. En su primer año, recogió 1.500 alertas y se activó el protocolo en un 73% de los casos.

Respetamos y a la vez tememos al suicida porque su darse muerte representa la derrota frente a la vida. A pesar de todo impera el silencio, roto de vez en cuando por un nombre en negritas.

Publicado en La Vanguardia

2 comentarios

  1. Martin Martin

    Sí, y encima los pocos casos que en nuestra cultura judeocristiana cristiana con todos los alicientes mediterráneos ( no la japonesa donde Blesa habría limpiado sus suelas para pisar la nueva alfombra) en que la inmolación era uno de los únicos medios de quitarse la vida que recibía el premio de Odas y Romanceros, luego en los kamikaze el respeto al enemigo de honor, un nuevo aggiornado manto de silencio aparece para segar semejante absurda entrega, toda vez que los actuales enemigos de Occidente , desde los aviones del 11 s no sólo no aspiran a salir con vida de sus batallas sino que contraviniendo toda reacción natural se zambullen en el retorno. Si de la muerte sólo se sabe que es el estado de “no vida” en la dimensión que la conocemos, pues el estado previo, la espera sempiterna del nacimiento era también muerte, una vez experimentada nada nos separa del ciclo….pensarán los suicidas. Hermann Hesse en el lobo estepario describe un tipo de suicida que no necesariamente comete electo, sino que vive permanentemente con la navaja cerca de la muñeca.

  2. Martin Martin

    El suicida es públicamente estigmatizado en las religiones, en el comunismo se los enterraba sin honores de ninguna especie, los soviéticos los borraban de las fotos públicas, expulsados del mundo de los ganadores, aunque en privado en todas las latitudes siempre ha existido un respeto silencioso y sepulcral como el propio acto.
    El regreso.
    Hay ojos que nacen sin brillo, almas sin luz, que nunca podrán suicidarse, que nunca necesitarán abreviar la catarata, ni sentirán la pulsión por cerrar la puerta tras de sí cuando esta ópera bufa haya comenzado a decaer-

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