El calor aplatana. Cuán plástico es este verbo que nos emparenta con las bananas. ¿Qué tendrá que ver la indolencia, la falta de energía y actividad, con los plátanos? “Dícese de una persona, cosa o concepto que se ha adaptado a la cultura o modo de vida dominicano”, leo en un diccionario de esa isla. La RAE corrobora la definición: esa entrega a la indolencia sobreviene “en especial por influjo del ambiente o clima tropicales”. Adaptarse a la calma chicha, al andar despacioso, a guarecerse en la sombra de los plataneros. Aplatanarse significa la derrota de la verticalidad y de la acción; rebaja ambiciones, aleja del glamur y el liderazgo. Buscamos pistones que nos renueven la chispa. Yo añoro el zumo de chinola, también conocida como maracuyá o fruta de la pasión. Es refrescante, sabroso igual que el aguacate verde tenis que se deshace en el paladar mezclado con yuquitas fritas, y espabila.
El surrealismo caribeño invade nuestra pequeña realidad occidental, y los estragos de la canícula se disparan a través de la pantalla. Los anuncios de televisión han jubilado a la autoayuda. Uno de Burger King afirma que “todos tenemos un punto exagerado de vez en cuando”. Una abogada de Sálvame, tras debatir con Gabriel Rufián e invocar al Foro de Ermua, le pide al presentador: “Ayúdame a bajar, que estos stilettos son fatales para los callos”. En un concurso se informa de que los veganos no toman miel porque sería como si comieran parte de las abejas. Un aire decadente sobrevuela las noticias. Y mientras Trump sigue negando el cambio climático y haciendo suyo el lenguaje de los psiquiatras –igual que su director de comunicación–, los climatólogos predicen que hacia el año 2050 el estrés por calor afectará a 350 millones de personas más que hoy. En la actualidad, ese mal vivir se ha duplicado en el mundo a causa de los 1,5 grados centígrados de calentamiento global. Un calor obstinado que corroe. En el mes de julio se disparan los suicidios. También las separaciones de pareja, aunque las altas temperaturas sólo sean el condimento final. Los amantes necesitan aire acondicionado para seguir abrazándose en la cama. Los niños buscan el agua, de cualquier tipo, ya sea una piscina o una manguera. Y los meteosensibles anticipan los cambios de temperatura con sus dolores de rodilla o sus jaquecas.
Enderezamos el ánimo porque acaba julio y llegamos a nuestra tierra (mental) prometida: ese derecho a las vacaciones que la gente sensata no cuestiona. Y es así como transformamos la indolencia en libertad. La vida a medio gas libera urgencias y lava condenas. Nos ha costado casi un año volver hasta aquí, y ahora el calor invasor congela las horas, los días no acaban de pasar, y la nostalgia de la brisa nos hace sentir volubles. Pero encontraremos la corriente, pondremos cabeza y cuerpo en remojo y nos aplatanaremos a la carta.
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