La literatura es inútil. Tal es la conclusión que sustenta la pena de muerte dictada por las autoridades educativas al determinar que no será obligatoria en el bachillerato. De fondo, el agónico binomio entre la economía y las humanidades, cifras contra letras. El Gobierno, con esta medida, corta de cuajo con la trascendencia de la literatura en la formación del carácter, no sólo en su dimensión estética, también ética, corroborando aquel pragmatismo de los padres que prohibían a sus hijos leer novelas a fin de no despistar su atención ni su rectitud moral, cuando únicamente entre sus páginas hallaban respuesta a aquello de lo que nadie hablaba. ¿Quién trataba si no del desamor, de la pena, la muerte, la manipulación o la infidelidad?
“La vida es una cárcel, y sólo la imaginación puede abrir sus ventanas”, afirma Simon Leys en la celebrada edición póstuma de su Breviario de saberes inútiles(Acantilado). Los hombres con sentido común, los que saben hacer dinero, consideran la literatura una pérdida de tiempo, pero él contraargumenta citando a Conrad: el objetivo de la ficción es “hacer la más alta justicia al universo visible”. Igualmente se sirve de Vargas Llosa: “La vida es una tormenta de mierda en la que el arte es nuestro único paraguas”. En su cruzada contra la estupidez, Simon Leys –pseudónimo de Pierre Ryckmans, aristócrata e intelectual belga, crítico literario irreverente y especialista en cultura china–, hizo suya la máxima stendhaliana de que un hombre feliz es aquel que no ha visto cumplidos sus deseos.
La sabiduría de los buenos libros trasciende a sus autores, que estos días han ocupado tenderetes al sol, un dulce oasis en plena caída en picado de la lectura. En su última visita a España, el director de educación de la OCDE, Andreas Schleicher (responsable del informe PISA), hacía un reproche a nuestras autoridades: “Su concentración excesiva en la legislación ha desviado la atención bien lejos de lo único que logrará mejores resultados de aprendizaje: la calidad de la enseñanza”. Hace años que los países que marcan la tendencia, por ejemplo, Finlandia, apuestan por la creatividad global, además de hacer dialogar las ciencias con el pensamiento y las artes, no sólo como objetivo curricular, sino como método de autodefensa personal. Leys también recuerda el escándalo de Hugh Grant tras ser detenido junto con una prostituta en Los Ángeles, asunto que le acarreó un buen desbarajuste en su vida personal y profesional. Al cabo de unos meses, un periodista yanqui le preguntó si hacía algún tipo de terapia: “No, en Inglaterra leemos novelas”, le dijo. Una gran respuesta, difícil de emular en España: la literatura entendida como gotero reparador.
Simplemente.. Maravillosa.. Un lujo leerte..