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Epitafio líquido

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La idea del mundo líquido de Zygmunt Bauman nos sedujo a la primera. Tenía tal fuerza visual que la metáfora acabó funcionando por sí sola, como concepto real. Explicaba nuestras penas pero también nuestras dichas: escapábamos de la pesadez para abrazar lo fluido, aunque sin darnos cuenta soltábamos los anclajes que hasta entonces habían otorgado un sentido a la existencia. Nuestras vidas empezaron a parecerse a un vaso de agua que cambiaba de formas según soplaba el viento. Recuerdo a Enric Juliana descubriéndome la modernidad líquida, hace ya más de diez años en el restaurante Più di Prima de Madrid. Entonábamos una reflexión sobre la inconsistencia de los nuevos líderes políticos y la frugalidad de sus ideas mientras comíamos ese queso italiano que se deshace en la boca. La levedad se imponía: de la poesía de Lucrecio o Leopardi a la prosa cotidiana.

Hoy, todo se mueve debajo de nuestros pies, y aunque nos llenemos la boca con la palabra solidez, tanto la política como el trabajo o el amor tienen goteras. Tras la noticia de su muerte, reviso las citas de Zygmunt Bauman en mis artículos, bastones en los que me he apoyado para argumentar la conversión de la ética social en una especie de grandes almacenes. Las personas y los sueños se juzgan por su valor de mercado en una sociedad donde se resquebrajaron sus estructuras y vimos desaparecer los patrones fijos en los que clavábamos la flecha del tiempo. El cambio continuo es la nueva pauta. Según el sociólogo, sucede incluso entre las parejas: establecemos relaciones duraderas aunque con ticket de devolución cuando no funcionan. Ocurre de la misma forma con los lazos solidarios que tratan de mantener bien anudada la sensación de seguridad y levantan muros para contener a los inmigrantes que ambicionan nuestro bienestar.

Bauman nos previno de la falsedad que supone confundir felicidad con retribución. Por eso el placer es hoy tan efímero. ¿Cómo se van a fomentar el conocimiento o la reflexión si un ciudadano se siente alegremente satisfecho comprando unos pantalones por seis euros? Él apelaba a la obligada sensibilidad, un valor en vías extinción. En su ensayo Ceguera moral, aseguraba que nadie disputa por ella, ni se le reclama para ocupar un puesto de trabajo, tampoco se emplea para comunicarse con los otros, como si la zafiedad fuera mucho más excitante.

“La esperanza de escapar de la incertidumbre es el motor de nuestra búsqueda vital”, podría servir de epitafio para el viejo sociólogo polaco de cejas enmarañadas y pipa escéptica que tan bien nos ilustró sobre las contradicciones modernas. A medida que intentamos acercarnos a la felicidad, esta se hace más y más lejana. Pero es cierto que la buscamos en tiendas sin existencias.

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