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Delicias sacras

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Las funciones de Navidad de los colegios son a la vez representaciones sociales que contienen toda la alegría y el dolor que produce crecer. También reflejan el mundo en miniatura: ahí está la niña gordita que se toca el pelo cada rato e intenta ocultarse detrás del resto, o aquella a la que sus padres olvidaron prepararle el disfraz y viste una falda roja a modo de traje de Papá Noel y unos leotardos negros, avergonzada, el patito feo. Delante suelen poner a los chavales más graciosos y guapos, a los que cantan y hablan mejor, a quienes ya han rozado, a su manera, la popularidad y el éxito. Recitarán con énfasis mensajes de paz y amor, pero es de la mano de quienes tropiezan o se equivocan, de los torpes y los tímidos, de donde llega la Navidad como en un cuento de Dickens, en lugar de en un posado amañado en el cuché con arbolitos humanos.

La palabra caridad, envuelta en dogma y olor a incienso, resucita casi como costumbre durante estas fechas que tan apasionadamente celebran los laicos, como el propio Pablo Iglesias, muy fan de cantar villancicos, no todo iba a ser Gramsci. En Madrid, se esparcen los mercadillos solidarios así como los de artesanía –me pregunto qué tendrán que ver con Jesús de Nazaret, más allá de que su padre fuese carpintero–, pero la tradición escan­dinava ha calado como propia. Está el de la plaza Mayor, pero también en plaza de España o en la de Santo ­Domingo poseen una oferta de lo más dispar y ramplona, aunque siempre puedan encontrarse pequeñas minas. En el Nómada Market, en el antiguo Mercado de la Cebada, en La Latina, se expone diseño emergente. Revolver entre los puestos, ver empaquetar, pensar en el otro en forma de cuencos de madera o bolsa étnica, es en verdad un placer narcisista que te hace sentir por instantes mejor persona, como si la generosidad fuera higiénica.

En cuanto a los mercadillos benéficos, ahí está toda una institución, Nuevo Futuro, dirigido por la muy madrileña infanta Pilar de Borbón y visitado por la reina Sofía, o la Fundación Aladina de Paco Arango –que este año se ha propuesto recaudar fondos para la reforma integral de la UCI del hospital Niño Jesús–, ambas de inspiración británica, a medio camino entre la novela decimonónica y las charity shops. Los madrileños, no obstante, los han regado de su casticismo. Por una buena causa, dicen, aristócratas y mujeres de toreros que se ponen un delantal y ejercen de mesoneras, con corrillos a su alrededor y tapeo como expresión cultural patria –“¡si estamos a punto incluso de auparla a patrimonio de la humanidad!”, exclaman–.

En el mismo centro de Madrid, pero alejados del barullo, existen al menos una decena de conventos en activo, algunos de ellos auténticas joyas del patrimonio histórico-artístico como el de la Encarnación. Clarisas, benedictinas, mercedarias, agustinas recoletas, carmelitas descalzas, salesas reales, de las que apenas sabemos nada, velada su intimidad entre muros, pero que han amasado estos meses los más suculentos dulces artesanos que se venden para financiar sus moradas. Dos conventos de clausura madrileños se dedican a la repostería: el de la Visitación, en la calle de San Bernardo, y el de Corpus Christi, en la plaza del Conde de Miranda, que son las propietarias del local del siglo XVII, El Jardín del Convento, un must para paladares finos creado por Isabel Ottino, que vende dulces elaborados por monjas de toda España. “Ellas cumplen la excelencia del trabajo artesano, son incapaces de bajar la calidad. Los huevos de gallinas criadas en libertad; la leche fresca y de vacas de pasto; la almendra marcona española, botánicamente pura…”, me cuenta Ottino. Todo empezó cuando esta estilista de moda, vecina del Madrid de los Austrias, ayudaba a los turistas a entrar al convento de Corpus Christie para comprar rosquillas. “Lo del ‘¡Ave María purísima!’ de entrada no era fácil para ellos”, asegura. Sucumbió ante los aromas divinos, y decidió viajar por todo el país para comprar blancas pastas de Santa Eulalia, turrones de las monjas jerónimas de Sevilla, empanadillas de almendra y cabello de ángel de las clarisas extremeñas y otras delicias sacras. Esta noche, muchas familias las desenvolverán, a los postres, y con el mantel mojado de cava paladearán sus rezos horneados en el silencio del convento, porque los extremos siempre se tocan.

(La Vanguardia)

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