Saltar al contenido →

Americanos en la Almudena

La noche se empezó a atirantar cuando el cuarteto Ernest entonó La chica de ayer entre banderas de los Estados Unidos de América, globos rojos y azules, y unas urnitas de cartón para que jugáramos a votar, igual que chavales. En el Instituto Internacional de Madrid, la embajada norteamericana invitaba gentilmente a un grupo de amigos, académicos y periodistas a seguir la noche electoral con pantallas gigantes de CNN y los rulos históricos de las imágenes de sus capitanes generales John Adams o Thomas Jefferson. Croquetas y rebufos de Born in the USA. Una luz blanca desperdigada por el suelo. Era víspera de la Almudena en Madrid, y el frío que había bajado de la Sierra acuchillaba la suela de los zapatos. Las selfies con los troquelados de los candidatos añadían un aire de ­bufonada, de fiesta de cumpleaños infantil. Todos querían fotografiarse al lado del de Trump, aunque fuera para hacer monerías. En cambio, la Hillary acartonada –“hierática”, “fría,” “distante”, la etiquetarían días después para entender su derrota– permanecía sola mientras la ráfaga sonora de Nacha Pop arrastraba arena con su estribillo perdedor. A esa misma hora, Telemadrid emitía un capítulo de su Madrileños por el mundo desde Oregon –casualmente el vino de la noche electoral madrileña procedía de ese estado–, en el que un joven afirmaba: “El español aquí está muy de moda”. Siempre que no tenga, compadre, acento mexicano. Toda la campaña ha sido un mar de hipérboles: “histórico” fue el epíteto reiterado por los altavoces mediáticos hasta secarlo. La elección más dual de los EE.UU.; el histórico duelo entre una mujer casada con la vieja política, y un millonario ignorante y bruto. Una jornada histórica, sí, celebrada por los americanos expatriados, esos que se hacen españoles tan deprisa aunque sigan comprando bagels en el Taste of America de la calle Serrano.

A través de un micrófono, antes de medianoche, Lara Siscar entrevistaba al secretario de relaciones internacionales del PP, García Hernández, quien le soltó a la alcachofa: “Ha ganado Trump”. Luego matizó, y vino a decir que aunque perdiera ya había ganado por el hecho de colarse en el centro del mundo: “Ha conseguido estar por encima de las políticas mientras Hillary está por debajo de ellas”. El secretario de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en España, Jaime Malet, aseguraba que había que mostrarse precavidos. Le pregunté a una mujer con pelo afro si era afroamericana: “Soy cubana, y espero que esta noche gane el bien”, me respondió. Mi compañera Karelia Vázquez, escamada porque toda su familia del Little Miami había votado por Trump, ya suponía que latinos y mujeres, no tan silenciosamente, le entregarían su alma. Avanzaba el recuento y todo era cuestión de tiempo, tal y como lo describió otro americano, James Salter: “Las horas que eran como un collar roto en un cajón”.

En el paraninfo del Instituto, la inteligencia madrileña y norteamericana se reunían hace ya más cien años. No en vano el edificio fue levantado por una pareja de bostonianos, William Gulick y Alice Gordon, que pusieron las bases para una educación basada en la libertad de conocimiento. Animados por Gumersindo Azcárate o Francisco Giner de los Ríos, los Gulick se trasladaron a Madrid consolidando un centro de estudios aliado de la Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de Señoritas, desde donde se prepararon las primeras licencias en España. También allí surgió el primer club de mujeres. No había, pues, mejor lugar en Madrid donde poder celebrar el estropicio del techo de cristal, donde coronar a la primera mujer presidenta. Pero el hito fue otro. El embajador James Costos llegó pasada la medianoche con el gesto torcido. Parpadeaba. En los grupos se comentaba el legado de Obama, resumido en un nuevo americanismo internacional que ha resituado la posición de EE.UU. en el mundo; un mandato cocinado con valores, una manera más cool de entender la política. Pasado y no futuro. Y, después de ocho años, llegaba el efecto rebote, igual que en las dietas. No podría hallarse mejores antagonistas de los Obama que Trump y su Melania, quienes dentro de unos meses habitarán las 132 habitaciones que posee la Casa Blanca, además de 35 cuartos de baño, 8 escaleras y 412 puertas. Se auguran enormes posados con silicona y mechas de oropel frente a sus 28 chimeneas.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *