Colau ha logrado culminar uno de los mantras del feminismo acaso sin pretenderlo: “Lo personal es político”. Nació el día en que mataron a Puig Antich, dato que incluye en su biografía como marca de origen. Con sus andares de monja seglar, sus chaquetas de punto roma y el pelo detrás de la oreja, cuando agarra un micrófono convierte a Pablo Iglesias en Sancho. Pregunto en el entorno de Colau si en verdad tiene carisma: “Sólo tiene carisma y una gran intuición”.
Preysler, la obsesión de la prensa rosa, icono de una España tan marujona como fantasiosa desde que se casó con Julio Iglesias, fina y exótica, educada en la paciencia y la equitación, se convirtió en la vestal socialdemócrata que convivió 26 años con Miguel Boyer y sus incunables. Ha sido musa de kiosqueros y peluqueras. Responde personalmente al teléfono, bien entrada la noche. Cada día dice que no a algo: un libro, una entrevista, una fiesta. “No podré acompañaros, pero os mando a mis hijas”. De nuevo ha conquistado la felicidad y sigue encarnando el ideal de tantas mujeres a sus sesenta y cuatro años: ancha de hombros, estrecha de cintura, admirada por su vestuario.
Las dos mueven fervor y urticaria. Que si operada como la Preysler, que si vestida de chacha como la Colau, que si mira cómo ha colocado al marido, que si vaya con la viuda alegre… También comparten su activismo social, a distintas escalas. Se han servido de una sonoridad elocuente, una hermandad que ha conseguido elevar el factor femenino al altar. Colau tiene uñas y un pasado encabronado: ahí está su foto, custodiada por dos antidisturbios y sus tuits incendiarios. Preysler tuvo que aguantar el cachondeo de Villa Meona, como Ussía bautizó a su casa con trece cuartos de baños. Obsesiva con el orden y la limpieza, es perfectísima en todo excepto en la puntualidad. Este año ha estrenado una línea de cosmética, My Cream, a fin de rentabilizar su mito. Quienes la conocen aseguran que nunca le han escuchado una palabra torcida, eso sí, es irónica e incluso mordaz, ahora afamada lectora que habla con mayor propiedad desde que comenzó su relación con el Nobel.
Colau y Preysler aguantan todas las luces. Rompen la distancia proxémica. Han vivido pisando huevos, con un cuidado espantoso, como le confesaba la Preysler a su amigo Boris Izaguirre. No les bastan los dos besos: ignoran a los enemigos y abrazan a los amigos, ascéticas y epidérmicas, dichosas de no salirse del guión, aunque se dejen palmotear los riñones.
Madera y talento / Garbiñe Muguruza
Ataca la bola asfixiando a sus rivales. Imparable, fuerte y luchadora, a Garbiñe Muguruza se la rifan las grandes marcas internacionales. Su progresión ha sido espectacular: en un año ha pasado del puesto 23.º al tercer lugar en el ranking de la ATP, y es una de las abanderadas de la recuperación del deporte español junto Mireia Belmonte o Carolina Marín. Inicia nueva etapa en Los Ángeles, de la mano de su actual técnico, Sam Sumyk. “The sky is the limit”.
Periodismo Nobel / Svetlana Alexiévich
Ha habido pocos Nobel rusos (Bunin, Pasternak, Shólojov, Solzhenitsyn, Brodsky hace casi 30 años). Y no digamos mujeres. Su última ganadora, la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich –acusada de pacifista por su gobierno– ha conseguido que el periodismo, siempre en el extrarradio de la gran literatura, entrara por la puerta grande. El interés de su obra literaria se basa en el acercamiento de la historia oral surgida de Chernóbil o Afganistán y escrita a pie de obra.
A mi manera / Caitlyn Jenner
Representa el icono transgénero, después de que, a los 65 años, Bruce Jenner –ex medalla olímpica de atletismo– se convirtiera en Caitlyn, en un mundo en el que los transexuales aún lo tienen difícil –recordemos el “asesinato social” de Alan, el adolescente de Rubí que se suicidó el día antes de Navidad–. Caitlyn con sus curvas de satén, sus abrumadores reality, su extraña familia Kardashian, ha contado con todo detalle la difícil transición de hombre a mujer, eso sí, vestida de Versace.
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