Millás empezó a escribir poesía en el Seminario de los Misionarios Oblatos de Valladolid, a los 16 años. De niño era mal estudiante y el destino parecía lanzar le hacia una academia con fama de centro de tortura. Lo burló. Se inventó que quería ser misionero comosutío. El padre Isaac –“creo que era ateo”– le dio a leer todo Galdós, los rusos, incluso a François Mauriac. “Empecé a escribir por las mismas razones que se empieza a leer: hay un problema entre la realidad y tu, y ese problema se alivia cuando se lee y se escribe”. El día en que murió su madre soñó una novela entera, “de arriba abajo”. Guardó las cenizas entre su colección de diccionarios del escritorio (de química, metafísica, lingüística, el del Diablo de Ambrose Bierce…), hasta que un día las lanzó al mar, cerrando otra caja.
Millás, que además de fingir que colecciona Bar bies hace creer que es hipo condriaco, es un hombre habilidos o arreglando la cisterna del retrete. La mecánica pesa tanto como la ciencia: “La literatura científica me estimula mucho y está llena de hallazgos. La confección del universo de Hawking es parecida ala de Alicia en el país de las maravillas: cae en un agujero negro ”. Luego está el mundo ordinario, que de repente se convierte en asombroso, las moscas, los armarios, los espejos …“La búsqueda de lo imaginario en lo real, lo que hay de misterio donde aparentemente no hay nada que rascar”. ¿Intelectual?: “No manejo ideas sino obsesiones”.
Quien primero lee su novela es su agente, luego dice que por cortesía se la enseña a su mujer, Isabel Menéndez, psicoanalista, que en ese momento pasa consulta en el piso de abajo. Mucho se ha escrito sobre sus cruces freudianos, “el escritor es aquel que consigue asociar dos cosas que están muy alejadas entre sí. Cuando dos ideas aparecen juntas aunque no tengan nada que ver, es por algo, y uno debe investigar ”.
Habla bajo, dulce, y mantiene el suspense. Cuenta las historias como quien abre una lata que parece de atún pero resulta ser de espárragos. Cree en la textura de la página. Silos ruidos no le concierne n puede abstraerse en cualquier parte para escribir. Paladea la soledad adictiva. Se levanta alas seis y escribe con un té hasta las 9. Desayuna con su mujer, sale a pasear una o dos horas en las que piensa y resuelve. Por la tarde lee tres horas como premio por haber escrito. La palabra que más repite a lo largo de la conversación es misterio: en siete ocasiones. “Los diarios de Che e ver empiezan así :“En la madurez hay misterio, confusión ”.“Estamos rodeados por el misterio pero nos habituamos de tal forma que no indagamos ”. Nunca le ha abandonado el frío, desde la infancia. Duerme con calcetines.
(Cultura|s / La Vanguardia)
Muy buena descripción de Juan José. Uno de mis escritores favoritos. Me cautiva su manera tan particular de ver el mundo y su forma de escribir. Ve la cara oculta de la moneda y relara sin aspanientos.