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Las rendijas del sueño

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El escritorio se encuentra en un cubículo elevado y da a un amplio ventanal en el que destaca, por su inesperada existencia, una rana de cerámica sobre la barandilla. La rana se asoma al abismo de un inmenso patio de ventanas iluminadas. Cristina Fernández Cubas, CFC (Arenys de Mar, 1945), la pegó con superglú igual que la mayoría de miniaturas con las que tapa los agujeros y las grietas que le incomodan. Es una rana mexicana, de Puebla, y CFC la tiene muy presente cuando escribe. Asegura que le da confianza. Desde el sofá donde Cristina sirve un vino blanco griego y un queso aliñado de Barbate el escritorio parece suspendido como pequeño altar. El atardecer revienta en el ático y lo cubre de una pátina amarillo rosado. Ha hecho limpieza en la mesa. Los escritores también acumulan facturas y sobres del banco.

Desde que cumplió los cincuenta escribe por las mañanas. “Antes de ducharme me siento en el escritorio, porque aún no he dejado del todo el sueño; es ese estado mágico de estar aquí y estar allá, igual que las sesiones de cines matinales de la infancia”. No hay ninguna lámpara que cuelgue del techo, sólo luces indirectas. Tampoco hay fotos de su marido, Carlos Trías. Las guarda en otra estancia. Murió hace ocho años: ella dejó de escribir y leer durante cinco. “Intenté luchar, pero hay tiempo para las cosas. Estaba bloqueada, no tenía ganas”. Le pregunto quién es la primera persona a quien enseña sus manuscritos. “Siempre fue Carlos, ahora lo mando directamente a mi agente”. No lo nombraremos más aunque esté presente: “era muy discreto y no le hubiera gustado”. Es una de las grandes cuentistas de la literatura española. Desde niña quería ser escritora. Triunfó con Mi hermana Elba, y fue terca como nadie al insistir en la estela de Chéjov. “Me decían que el cuento no tenía futuro”. Escribe directamente en el ordenador, un viejo PC con una pantalla LG “que es como de la familia; mira,como que me la quiero”.

Escapa del método. Las ideas se gestan en el tren, en la mecedora, en la terraza. “Siempre tengo historias en la cabeza pero no todas funcionan sobre el papel. El proceso de escritura es lo más misterioso que hay: en la cabeza puede ser muy bonito. He roto con dolor varios manuscritos”. Mientras escribe escucha música clásica por la radio; aunque hoy la han frito a sardanas.

Vida y escritura se cruzan en CFC con tanta honestidad como sencillez.Y un eyeliner de misterio. Escribe sin presiones ni encargos –“no funciono con fechas; mi tiempo me lo dicto yo”–, y nunca le quema la sensación de tener que escribir. Prefiere la libertad al talonario. Poda el lenguaje: “Cuanto mas sencillo, más bonito; hay que buscar la palabra exacta”.No es obsesiva, excepto con la privacidad. Ya de niña no soportaba que mirasen lo que anotaba, y lo tapaba. Incluso forra las cubiertas de los libros. Su impresora está cubierta por un tapete estilo kilim. Hay algo de esquivo en esa mirada de Liza Minnelli o de médium florentina que parece ver más allá de las cosas. No teme a los fantasmas: “la verdadera página en blanco es estar con una historia y haber equivocado el tono”.Después de La habitación de Nona CFC ha regresado de un largo viaje interior y se ha descalzado. Está a gusto,en pijama,con su LG, un cortado, Mozart en un vinilo de su padre: una vida de escritorio custodiada por una rana mexicana.

(Cultura|s / La Vanguardia)

Publicado en Artículos

2 comentarios

  1. Precioso texto. Una aproximación sensible, respetuosa y honesta a una de las escritoras más extraordinarias de la actualidad. Gracias por acercarnos a ella, por permitir que nos asomemos a su mundo; aunque sería mejor decir, en este caso, a sus mundos.

  2. Anónimo Anónimo

    Gracias Flavia por tu comentario. Sin duda, Cristina Fernández Cubas es extraordinaria. Un abrazo

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