Si el mito de la directora de revista de moda –femenina, como se las denomina hoy para convertirlas en propuestas globales– sigue extendiendo sus plumas de colores, su malditismo y sus filias y fobias, si Anna Wintour o Glenda Bailey poseen ese aura, es gracias a Diana Vreeland. Su madre le recordaba a diario que era “una pena que tengas una hermana tan guapa y que tú seas en cambio tan extremadamente fea”, pero ella fue capaz de convertir su nariz y su frente sobredimensionadas en un signo de estilo que decoraba con las joyas lacadas de Tiffany’s. Con su personalidad despótica y subyugadora y con tanto ojo como gusto por el exceso, definió el estilo como la única contraseña en un mundo estandarizado y grosero: “Te ayuda a bajar las escaleras”.
El pasado jueves se estrenó en Madrid Al galope –ya representado en Barcelona– un monólogo tan brillante y corrosivo como su protagonista. En un salón de terciopelo rojo, a Diana le encargan grandes exposiciones en el Metropolitan pero ella, adicta al cuché y al glamur, sigue empeñada en crear una nueva revista. Su nombre también ha resucitado, ¡treinta años después de muerta!, en forma de ocho misteriosas fragancias de la mano de su nieto Alexander. “Uno solo puede pensar en siete u ocho mujeres realmente originales. En Estados Unidos hemos tenido muy pocas. Emily Dickinson fue una. Pero Mrs. Vreeland es una mujer extraordinariamente original. Ha contribuido más que nadie al gusto de las mujeres americanas en la forma en que visten, se mueven y piensan. Es un genio. Pero la clase de genio que muy poca gente reconocerá”. Truman Capote también podía equivocarse.
Pienso luego… / Carlota Casiraghi
La hija de Carolina ha superado su código genético. Portadora de la languidez parisina y del estilo made in Italy, se ha convertido en una defensora del uniforme ecuestre. Lo que hasta ahora escondía era su otro yo filosófico, el que ha sacado al inaugurar los Encuentros Filosóficos del principado, que versaban –¿cómo no?– sobre el amor. Afirma que cuando estudiaba en la Sorbona, la asignatura “cambió su vida”. Ya lo defendía Hobbes: “El ocio es la madre de la filosofía”.
Chet Baker y la edad de oro
Es fácil recordar la imagen de un imberbe Chet Baker posando melancólico, como su voz arrastrada, trompeta en ristre, su rostro casi mineral, sentado en un escorzo rebelde; glorioso blanco y negro. La foto la tomó en 1960, Bob Willoughby, y forma parte de la exposición Jazz, jazz, jazz, que alberga hasta finales de enero el Círculo de Bellas Artes madrileño. Un icónico paseo, entre secciones rítmicas y volutas de humo. Un imperdible para los adictos a Almost blue.
Siempre igual / Maradona
La polémica es su eterna compañera de baile. ¿La última? Aceptar la presidencia de la fundación Football for Unity para Latinoamérica de manos, nada más y nada menos, que de la reina Isabel II. Da igual que hayan pasado ya treinta y tres años del fin de la guerra de las Malvinas; Argentina es un país de cultos y rencores eternos. Por eso, y aunque haya levantado una gran expectación en la Feria del Libro de Frankfurt, la biografía inédita de Daniel Arcucci, Diego Maradona, tocado por Dios, no puede ser la definitiva.
(La Vanguardia)
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