En los debates televisivos ha explicado igual que un psicólogo cognitivo el vínculo emocional entre España y Catalunya: “La España que llevamos en la memoria y el corazón, la de las luchas y los afectos, es irrompible; pero el Estado español es inviable”. Confiesa, como buen hombre nenuco –aunque en las redacciones aseguran que le privaba el olor a hombre–, que de niño quería ser antropólogo: “Creo que imaginaba a un antropólogo como una especie de explorador/periodista/escritor”. Un poco más tarde fantaseaba con ser una estrella de rock, y, de hecho, ahí están sus pinitos sobre los escenarios con Los Carradine. Pero también le ha echado codos para escribir su Posteconomía.
No va de puntillas por la vida y denuncia la rebelión de las élites que no sueltan sus yates en la Costa Azul ni sus esquís en Gstaad: “Son unas élites irresponsables, que no pueden ser demócratas porque no se vinculan a una comunidad”.
Le pido que defina a nuestra generación: “En mitad de todo: mitad analógicos, mitad digitales; mitad 68 mitad antiglobalización; mitad punk, mitad grunge… Fuimos la primera generación precarizada, la primera criada con la televisión, Vimos caer el Muro y flipamos con el Spectrum. La primera decepcionada con la transición, testigo de todas las derrotas de la izquierda y el triunfo del neoliberalismo”.
En verdad parece que Baños se lo pasa muy bien: tan solo lleva 57 días en política y afirma convencido en los debates que el día 28 comenzará una nueva república –y no la de Ikea– y que lo cambiará todo. Con su corbata rosa y su chaleco negro, vestido a ratos como el mago Tamariz pero con un aire entre Umberto Eco y Fernando Arrabal, no hay que negarle sentido del humor, acaso el más destacado entre los candidatos del 27-S. No en vano su película favorita es La vida de Brian. En el cortometraje de campaña de la CUP, “Anaven lents perque anaven lluny”, sus compañeros piden a Baños un gato para cambiar una rueda pinchada, y él aparece con un Maneki-neko, ese felino amuleto japonés.
Poliédrico –periodista y escritor, tertuliano, analista económico, músico y ahora político–, quienes le conocen dicen de él que es un buen tipo, que escribe muy bien, radical anticapitalista, coherente incluso en el vestir y que nunca llegaba a final de mes. Según sus propias palabras, de hombre sincero y enrollado que confiesa: “En la vida de un servidor, un par de cosas le han traído problemas de forma persistente. Son los gin-tonics y el optimismo”.
Su papel el 27-S podrá reducirse al de fiel escudero de Romeva y Junts pel Sí. Pero un escudero, como Sancho en El Quijote, con voluntad de arremangarse y hacer política. Sancho sorprende a propios y extraños al declarar que el objetivo de su gobierno en la Ínsula Barataria será “limpiar esta ínsula de todo género de inmundicia”. Baños está empeñado en que el aburrimiento no acabe por matar a la identidad.
Comentarios