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Jarrones chinos

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El uno pasó de oficiar de seductor a convertirse en un aguafiestas, mientras el otro hizo el camino inverso: de insulsa sombra a maraton man. Uno de los teóricos de la condición de expresidente, predecesor de ambos, Felipe González, desenfundó aquella teoría de los incómodos “jarrones chinos” en casas pequeñas. ¡Cuánta gracia nos hizo aquello! En los comideros aún gusta bambolear con lo de reina madre o el jarrón de la dinastía Ming al que hay que buscarle un sitio adecuado, para que, una vez colocado, sólo tenga que lucir. Todo lo contrario que los ex presidentes españoles, llámense González, Aznar o Zapatero, que padecen de incontinencia oral y se resisten a pasar a la hemeroteca.

Cómo les gusta que en Casa Lucio les pongan la servilleta en las rodillas y les llamen “presidente” mientras cenan con el Rey emérito, que difundieron la foto ellos mismos. “Con cariño”. Los mismos que tanta energía emplearon en clavarse palillos en los ojos compartiendo huevos estrellados y complicidades, acicalando la soledad real. Aznar, castellano iron man, lleva años criticando al delfín Rajoy y su PP, y abogando por el cambio. Cada vez se parece más a un trainer de élite: aparece y reaparece haciendo valer su caché, cobra caras las conferencias y enfoca su metalenguaje al votante de derechas trémulo y abatido como si le diera una palmada en la espalda: “Chaval, tienes razón. Hay que sacar a Rajoy”. Con qué énfasis riñó al partido por portarse mal con su doña, y esquinarla. Ahí sí se puso en plan Frank Underwood, de House of cards, aunque con prosa débil: “Querida alcaldesa, querida Ana, enhorabuena y gracias”.

Zapatero, tras unos años de admirable y a la vez recomendado silencio, está en campaña, rememorando la ley del Matrimonio Homosexual o la de Memoria Histórica, rescatada por Carmena en Madrid. Zapatero es un jarrón, sí, pero no chino sino de Lladró. Al igual que Felipe –que en su día lo despreciaba, como hoy a Pedro Sánchez–, se ha rebelado contra la candidata madrileña del secretario general del PSOE. Ambos siguen moviendo los hilos de la opción Madina, que no cuajó en primarias a fin de conseguir no sé sabe qué. Cuando eran líderes, no aceptaron disensiones y exigían cuadrarse a la coreana ante ellos. Hoy demuestran hasta que punto los establishment de los partidos se mantienen. Si no, la ejecutiva de Ferraz no recuperaría a Jordi Sevilla y otros vestigios de Zapatero de cara a las generales, y Rajoy podría reírse de las puyas de Aznar en vez de tener que hacerle la pelota. Algo funciona mal cuando estos exlíderes siguen repitiendo estilo mantra “¡qué bien lo hicimos!” en lugar de ayudar a remendar las costuras abiertas de nuestra democracia: de la unidad de España a la desigualdad social, de la corrupción al inmovilismo constitucional, del envejecimiento del sistema político al despiadado desempleo. ¿Porcelana china? No, agua y arcilla.

Y Tania dijo «Sí» / Tania Sánchez

Hay mujeres que colocan las piernas de forma impecable cuando salen en la tele: simétricas e inclinadas. Tania Sánchez, en cambio, lo hace con las manos: las junta, aladas, estirando los brazos, y así dulcifica su piercing. Cuando saltó a la arena político-mediática nos pareció muy lista, muy rubia y muy prometedora, distinta a la ancienne politique. Hasta que empezó a hablar como por walkie-talkie: “No, punto. No vamos a entrar en Podemos, punto”. Su mayor problema ha sido su exnovio, del que se separó o la separaron, ese hombre de mirada helada y aura de predicador, cuyo afán de protagonismo le hace incluso bailar la conga en el Orgullo Gay. Ahora, limpia de mácula judicial, anuncia lo todos sabíamos: que se integra en las filas moradas como una superheroína de Marvel.

En mayúsculas / Leopoldo Rodés

Leopoldo Rodés, entre otras muchas y descomunales cosas, fue un hombre de sonrisa giocondana. Bastaba con un minúsculo rictus para sonreír estando serio. Mucho se ha glosado el empaque de su figura. Pero acaso lo más asombroso era esa cordialidad con la que lograba alejar la exquisitez de la intimidación. Ayudó a mucha gente, sin atajos, sostenidamente. Empleó sus dotes conciliadoras y tendió puentes con el mismo encanto con qué regó las 69 cenas que le valieron a Barcelona los Juegos Olímpicos. De lo que más se jactaba últimamente era de cómo preparaba los dry martini: lo hacía con un cuidado exquisito, como una forma más de querer a los amigos y alcoholizar atinadamente la conversación. Para él, vivir no era una condición sino un arte, junto a la mujer que amaba.

Caleidoscopio / Carlos Puig

Fotografiar lugares por donde caminas y multiplicar su belleza: ese es el punto de partida del proyecto Being Psicoldelic de Carlos Puig, diletante y multitasking, anfitrión durante años en París de fashionistas presto a conseguirles la mejor mesa. Hasta finales de agosto, en los ventanales del hotel Majestic, cuelgan sus fotos, que se empeñan en reinventar lugares alterando la percepción del tiempo. El placer de la repetición, magnético como las teclas del piano de Glenn Gould o los versos de Perec, atrapa en estas visiones de París, Lisboa, Barcelona o Bahia. “Un ejercicio de papiroflexia virtual”, dice Outumuro. “Imágenes que beben indistintamente del constructivismo ruso como de las psicodelias de los sesenta”, asegura Juan Gatti. La vida es una alterada composición de fragmentos.

La Vanguardia

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