Cuando se dio cuenta de que no había borrado la cola de las excusas, ya era demasiado tarde. A la mañana siguiente en su buzón de entrada recibió la respuesta: “Querida amiga, que te vayan muy bien el fin de semana en Londres, la visita de tus suegros y el trabajo que tienes que entregar”. Sólo podía responder de un modo: mandando urgentemente un donativo tan solidario como expiatorio.
Gmail, conocedor de los sonrojos y malos ratos que padecen sus usuarios cuando aprietan el botón de enviar sin haber respirado profundamente ni revisado el texto, ha decidido ofrecer la posibilidad de eliminar un e-mail justo después de haber salido. Se acabó flagelarse por el error, esa tortura instalada como un pensamiento parásito difícil de atemperar. ¿Cuántas veces no hemos borrado las colas de e-mails en los que, por ejemplo, llegaba a dudarse de la idoneidad del destinatario? Otras, tan sólo por un errático clic hemos tenido que leer lo que nunca hubiéramos querido saber de lo que piensan de nosotros.
Para algunos, la iniciativa de Gmail significará una bendición: tener a alguien que cuenta hasta diez por ti. Pero otros se preguntarán si la ya menguada naturalidad en la comunicación no se verá afectada. La tecla del arrepentimiento no es un filtro opaco, sino una especie de “mecanismo antipánico” denominado de-send (deshacer el envío), una opción que existe desde hace un tiempo en los laboratorios experimentales de Google y que ahora universalizan a todos sus usuarios. Se dispondrá de hasta 30 segundos para abortar un mensaje que puede traer problemas, malentendidos o sobresaltos. El alivio de la tecnología capaz de deshacer un entuerto choca contra el vuelo del subconsciente, entre las capas más impenetrables de nuestro ser. Porque a menudo en nuestros propios errores podemos encontrar explicaciones de lo que en verdad queremos, pero no nos atrevemos a expresar.
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