Avanzan por la explanada hacia el Parlamento, donde deben jurar (o prometer) su cargo, la mitad de ellos con zapatos tan usados como el blanco y el azul de sus camisas. Trece hombres a punto de ser investidos de poder, caminando en grupo sobre el asfalto, representan toda una declaración de principios: un simulacro de anuncio de Emidio Tucci o un remake de Reservoir Dogs sin gafas de sol ni corbatillas. El primer ministro y sus doce radicales no pueden recurrir a ese gesto tan coqueto, y a la vez tan masculino, de ajustarse el nudo de la corbata al bajar del coche. Porque, a excepción de los más veteranos, solo se la pondrán si Grecia logra «salir del coma», en metáfora de Varufakis. ¡Ah, Varufakis, cuánta apostura y sex appeal le aporta al gabinete! Rejuvenece al gobierno con su perfil de economista mediático y motero, que ha conseguido desparramar su masculinidad en la aldea global. Hace tiempo que Europa no jaleaba a un político que paseara el cráneo afeitado, los músculos de gimnasio y la terquedad que antaño mostraron Inglaterra o Rusia para no pagar sus deudas a EEUU, eso sí, sin haber sido doblemente rescatadas con 340.000 millones de euros.
«Qué manos tan grandes tiene Varufakis», oigo comentar a dos mujeres con un gesto de picardía que invoca al mito de la longitud de los dedos y su supuesto paralelismo con el pene. Suposiciones. Gineceos exaltados profieren el nombre del flamante ministro de finanzas como el del macho alfa que escapa tanto del traje gris como de esos atildados fenómenos del hipsterismo y el tommyhilfigerismo. Viste una americana con cuello levantado y una veta roja, al estilo Dsquared2 o El Ganso, y estampados de camisa años treinta. Los griegos representaron el paradigma de la belleza mediterránea, aunque se quedaran fijados en nuestra retina dos falsos elliniká: Anthony Quinn/Zorba y el del anuncio de Andros, ambos derrochando virilidad, despreocupación y folclore.
Nada que ver con los otros ministros de Tsipras, que podrían pasar por escoltas con sus chaquetas abiertas, camisas a cuerpo, perillas y bigotes. Es un alivio que carezca de Ministerio de la Interculturalidad, como en Bolivia, que obliga a sus miembros a vestir ropa tradicional cada lunes: bufandas multicolores y tocados con plumas de pavo. En la imagen del gobierno del velludo Tsipras –con cejas pobladas y patillas de cómic– pesa un factor tan estético como ético, tremendamente elocuente: no caben mujeres. Desde los tiempos del Che Guevara, los revolucionarios siempre se apoyaron en las compañeras, hasta que llegaron a los palacios. Les costó incluso a los de la hoz y el martini. En Atenas, calderilla: ni sombra de Afrodita. Kazantzakis escribió que no corre una gota de la sangre de Alejandro por las venas de los griegos de hoy. Por ello hay que recurrir al verdadero olimpo, que es el de Hollywood. ¿Recuerdan a Brad Pitt convertido en Aquiles, el más apuesto de los héroes de la guerra de Troya? Traten de imaginarlo sentado entre los ministros de Tsipras.
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