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Alma de pelirroja

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En Madrid ocurren estas cosas: decides que vas a escribir sobre Esperanza Aguirre y te la sientan al lado en la peluquería. No se crean que nos referimos a cualquier salón, se trata de Peque, una especie de café Gijón en femenino del siglo XXI. Aquí se reúne un público muy particular que se toca por los extremos: las artistas y las marquesas, Sisita Milans del Bosch y Susana Aldecoa, Pepa Bueno y Ana Rosa, Isabel Presley o Cristina Garmendia. El pedigrí del facherío y del rojerío -sin prejuicios- es convocado por esta visionaria del color que siempre anda a la búsqueda de lo único, ya sean lociones maceradas de abrótano macho o misteriosos pigmentos. Juana Plaza, Peque, criada en una corrala de Lavapiés en los desarrapados años de la guerra, de niña soñaba con ser fulana, sin saber bien a que se dedicaban pero eran las únicas que llevaban perfume y medias en el barrio. Hasta que se asomó a una peluquería de la Gran Vía y el olor a Rielis le produjo una conmoción stendhaliana. Hoy es una veterana alquimista del cabello que examina las cabezas de sus clientas con verdadera autoridad estética. En Peque no se habla de política, pero se respira poder y cocimiento de tomillo.

“De ella, tienes que escribir de ella” me dice Aguirre, que acaba de ganar una batalla del Ebro, aunque no concluirá la guerra hasta que conquiste Madrid. Hace años, y a pesar de su amplio apoyo electoral, ya recibía la punición de Rajoy, que no la invitaba a sus famosos maitines. Peccata minuta. Era la punta de pañuelo de su condición de non-grata. Con su temido carisma, su instinto de supervivencia y desparpajo liberal ha llegado donde el corazón apuntaba, sin doblegarse ante las trompetas de Génova.

Le pregunto por los motivos de su retirada y si en verdad fue una cuestión personal. Cuando le detectaron un cáncer, el médico le dijo que tendría que someterse a quimioterapia, y ella pensó en la vida sin mayúsculas. Aún se emociona. En el golf -handicap 6,5- y sus aficiones, el marido, sus nietos, el tiempo sacrificado, y sintió que tenía que dar un paso atrás. Al final bastó con radioterapia, pero a finales de 2012, “con el programa cumplido, la mayoría absoluta del PP y una persona muy cualificada para sustituirme, decidí que era el momento”.

Tras meses de suspense y varios sondeos abrumadores la designaron candidata, pero echándole vinagre encima. Que si las mordidas de Granados y el ático de Nacho, que si Cifuentes y la guerra de rubias -pese a que esta ha declarado, entre conciliadora y temerosa, que “dos no pelean si uno no quiere”, Aguirre ya la ha marcado como esbirra del partido desde las Juventudes de Alianza Popular-, que si debía abandonar la dirección del PP de Madrid… “Las crisis son oportunidades”, responde mordiendo una manzana, con el pelo lleno de papeles de plata. Siempre la han perdido las despedidas. Lo suyo es la épica. No en vano corre la leyenda de ese cuarterón irlandés que camufla en Peque: “A ella sólo le levanto el pigmento porque tiene un fondo muy Tiziano; respeto alguna canicie que le hace de mecha y ya está”. Aguirre, una rubia con alma pelirroja.

Viva el pañal / Ashton Kutcher

Desde que Demi Moore lo presentó en sociedad, hace ya más de una década, Ashton Kutcher entró con pomada en el imaginario couché, sin estridencias ni desconfianzas. “Un buen tipo”, decían; el joven que sabe mecerse en brazos de la mujer madura; el origen de la constelación de las cougar o las MILF. Ahora, convertido en padrazo de una niña de cinco meses, Wyatt Isabelle, acaba de denunciar que “nunca hay cambiadores de pañales en los aseos públicos de hombres” en su Facebook. Un micromachismo que en este caso penaliza a los hombres, impedidos para cambiar un pañal en un lugar público. Los más de 18 millones de “me gusta” dan fe de lo que mueve Kutcher. Así se hace política de igualdad.

La memoria vuelve / Eva Schloss

No debió de ser nada fácil regresar de la muerte de Auschwitz. Y más aún cuando tu desaparecida hermanastra, Ana, acabó por encarnar el drama de la shoah gracias a su celebérrimo diario. Eran las dos caras de una moneda: “Yo era un potro de pelo rubio, curtida por el sol, ropa desaliñada de montar en bici. Ana se peinaba primorosamente, vestía blusas y faldas inmaculadas”. Eva Schloss ha tenido que dejar pasar casi 70 años para escribir Después de Auschwitz (Planeta), en el que late un impulso de vida para grabarnos a fuego: “Uno tiene que valorar los buenos tiempos -en el mundo hay belleza, personas maravillosas y momentos inspiradores- para encontrar las fuerzas que te permitan superar las dificultades”. Nunca es tarde.

(La Vanguardia)

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