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Al más alto nivel

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La primera vez que oí la expresión, hace ya un par de años, no me atreví a preguntar a quién o quiénes aludía: “Estamos a la espera de un contacto al más alto nivel”, dijo un empresario con rictus grave, como si todos tuviéramos que saber de qué estábamos hablando. Pero ¿de quién se trataba?, ¿quién encarnaba ese “alto nivel”? Acaso un oligarca, el ángel custodio de los fondos de la banca andorrana, un diplomático sabelotodo o el jefe del CNI. La expresión intimidaba, y más cuando mis interlocutores la pronunciaban mascando la goma de la omnipotencia. Me vinieron a la cabeza narices aguileñas y barbas dionisiacas, tipos con el cabello recortado al estilo de los jugadores del futbolín. Seres misteriosos aunque forrados de venerabilidad, a la manera de los libros de texto plastificados. Símbolos que cotizan al mismo tiempo que la carcoma avanza por las boiseries de sus bibliotecas, como los personajes de Harold Pinter en el Invernadero -que estos días dirige Mario Gas en el madrileño teatro La Abadía-, víctimas de sus almas agotadas por una absurda hegemonía hasta que les corroe y destruye el propio abuso de poder.

¿A qué viene la opacidad que transmite la expresión “al más alto nivel”, y por qué se utiliza tanto? Quizá por tratarse de un genérico que nos conduce hasta el imaginario de una llave que lo abre todo. Del poder en mayúsculas. También es producto de una pedantería sin igual que engloba a mequetrefes, intermediarios y comisionistas. Puede que algunos lo denominen discreción, y por ello prefieran sustituir el sujeto por un complemento circunstancial en asuntos que van desde la negociación del pacto salarial “al más alto nivel” hasta la defensa del sector minero “al más alto nivel”.

Cuando se puso de moda apoyar construcciones semánticas con “a nivel”, los guardianes del lenguaje alertaron acerca de lo que suponía tal terrorismo lingüístico, porque bien distinto es vivir a nivel del mar que llenarse la boca “a nivel político” cuando basta con decir “en política”. Es probable que algunos de ustedes hayan estado en reuniones al más alto nivel sin tener conciencia de ello, con orden del día, termos de café, jarritas de leche fría, platos con caramelos eucaliptus, algún fatigoso powerpoint, y un acta que lo recoge todo, aunque en verdad de nada importe el acta porque la decisión final se tomará “al más alto nivel”. Tendríamos que saber quiénes asisten a las verdaderas reuniones en la cumbre. Personas “de categoría”, se decía en los pueblos, con galones, títulos o, mejor dicho, influencia y “contactos”. La mascarada de “alto nivel” oculta los rostros que lo representan porque en lo que media el vuelo de una mosca pueden caer al más bajo nivel.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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