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Capitalismo ‘arty’

Maquetación 1

La economía liberal tuvo que sacrificar algunas de las ventajas del viejo mundo, y una de las más dolorosas fue la pérdida de la amabilidad. El sistema exige un cableado hostil de requerimientos y obligaciones para subsistir, incluso en precariedad. Aquel paseante ilustrado que cruzaba los bulevares europeos con bombín y bastón, y saludaba inclinando la cabeza, se convirtió en un individuo robotizado al compás de una racionalidad calculada que no entiende de cortesías. Feo en su moral, cínico incluso, el liberalismo buscó abrigo en la belleza, como si esta pudiera aliviar su carga. “El capitalismo artístico aparece como un vehículo mayor de estetización del mundo y la vida”. Así arranca Gilles Lipovetsky su nuevo ensayo: La estetización del mundo (Anagrama), que firma junto a su colaborador Jean Serroy. Ante un panorama cada vez más desagradable y uniforme que parece diseñado por el mismo arquitecto encargado de levantar centros comerciales, hoteles, aeropuertos y urbanizaciones clónicas, Lipovetsky se propone reconocer la aportación estética del capitalismo: sus costumbres excelsas pero también sus fracasos.

El pasado otoño cené con Lipovetsky y Montse Ingla -Antoni Munné como maestro de ceremonias- en Farga, después de una de las Converses a La Pedrera, donde el sociólogo que ha analizado con más empeño el aire de los tiempos, ya nos adelantó el retrato de la nueva burguesía. Como reacción ante la lógica hiperracional, esta se refugia en una onda estética, intuitiva y emocional, deseos de que todo a su alrededor sea bonito, además de aromático y experiencial. Este es el paisaje que en poco menos de un cuarto de siglo hemos habitado: una sociedad de marca, con costumbres sibaritas, que ha exaltado el paladar y se ha convertido globalmente en gourmet -hoy, incluso los niños cocinan-.

La afición por decorar nuestras casas, ya no sólo para recibir y deslumbrar, sino para coleccionar una serie de pequeños placeres que sustituyen la falta de oráculos, es un perfecto ejemplo. También nuestro alrededor ha dado un vuelco espectacular: el escenario urbano está poblado de bicicletas y monopatines, de coches eléctricos y runners con auriculares. Los viandantes andan mirando sus pantallas, a no ser que corran, entonces miran al infinito. En los cafés, la gente también se centra en las pantallas, y se puede comer exactamente el mismo croissant o beber el mismo café en cincuenta puntos de una ciudad y miles de ciudades en el mundo. Una producción prefabricada servida con música de Band of Horses, aroma de caramelo y wifi. Paisajes fríos, anodinos e indistintos convergen con una predisposición a sustituir la amabilidad por el estilo y la espontaneidad por el marketing. Reclamamos personalidad en unos tiempos antipáticos en que la experiencia estética parece ser la panacea, no tanto como exaltación sino como pose.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

2 comentarios

  1. Bartolomé Bartolomé

    Estimada autora,

    Por todo eso que usted dice, ahora -más que nunca- es necesario volver a Dostoievski.

    Un saludo cordial,

    Bartolomé.

  2. Anónimo Anónimo

    Estimado Bartolomé
    Cuánta razón tiene.
    Gracias por su acertada vehemencia: “ahora -más que nunca- es necesario volver a Dostoievski”
    J.

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