La viralidad con que se cargan las imágenes supone a menudo la pérdida de su significado, hasta el extremo de desgajarse de su contenido. Se falsean, o fakean, mensajes y carteles sin cesar, cada cual más gracioso. Y el hambre de ingenio, en unos tiempos donde la genialidad ha entrado en decadencia, es transgresora siempre que pueda esconderse en el anonimato de la red. La descontextualización marca tendencia: las revistas de moda mandan a sus fotógrafos a carnicerías para fotografiar a las modelos cortando un bistec con la mano enjoyada. Y los hipsters se apropian de las barbas largas, con ecos bíblicos, amish, talibanes e incluso mendicantes, para autoafirmar una personalidad abierta, independiente y audaz que se depila el pecho aunque se adorne la cara con pelos (y flores) mutando por completo su rostro -ríete de Renée Zellweger-.
El frenesí de pelo entre los hombres llega al extremo de utilizarse con fines comprometidos. Movember -contracción de moustache (bigote) y november (noviembre)- es una iniciativa que nació en Australia hace más de un década pero que se ha globalizado y vitalizado recientemente. El objetivo consiste en que el mayor número de hombres posible se deje bigote para concienciar a su género de que su salud importa, y así prevenir el cáncer de próstata y de testículos, o hacer emerger la verdadera cara de la depresión masculina. La Movember Foundation fue elegida en el 2002 entre las 100 oenegés más destacables del mundo; por tanto, parece seria. Así que noviembre será ahora el mes mundial del bigote: dejárselo crecer para reivindicar una realidad servida a discreción, como si los hombres no tuvieran depresiones, cánceres ni se suicidaran mucho más que las mujeres a tenor del escaso foco mediático del asunto. Puede que este sea un gesto global que vaya más allá de lucir bigotito, una vez difuminada la frontera entre el sexo débil y el sexo fuerte. Porque la salud de los hombres también es la salud de las mujeres, y viceversa.
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