Trierweiler no es Yasmine Reza. Ni su confesión autobiográfica pretende ser literaria. Más una terapia que una vendetta; una escritura reparadora para quien cree que debe recuperar la dignidad. En su libro, Gracias por este momento (Maeva), se impone la vocecilla de quien se sentía frágil, amenazada por las medias verdades y mentiras de quien era su pareja. El libro destila una sinceridad que enternece y a la misma vez un estigma que acabas detestando. Qué sentimiento de ilegitimidad asaltaba a esa mujer por no haber pasado por la vicaría antes de ocupar el Elíseo. Valérie se identifica con Anne Pingeot, la amante de Mitterrand, e incluso piensa en aquella desmadejada Cécilia Sarkozy a la que arrastraron a la Place de la Concorde a celebrar la victoria de su marido. Ella, minutos antes de ser reclamada para la foto de la victoria, está encerrada en el baño, sentada sobre los fríos azulejos, aterrada por lo que ya ha empezado a perder.
Cuando el presidente de la República no era casi nadie y su popularidad estaba por los suelos -como ahora- fueron felices. Un Hollande apasionado y fogoso que hacía payasadas y bailaba el sirtaki en los viajes en coche. Y un sibarita que no conoce el precio de las cosas pero prefiere saltarse una comida si no es de gourmet, “que no come mis fresas si no son de la variedad garriguette, ni prueba las patatas si no provienen de Noirmoutier”. Pero también un Hollande que, en privado, llama a los pobres “desdentados”. Hay quienes opinan que el de Trierweiler ha sido un golpe muy bajo, y quienes piensan que la democracia gana cuando se airean los trapos sucios, la mentira y la soberbia de un presidente de la República que jugó al amor cortés. “Ahora, no deja de mandarme mensajes pidiéndome que vuelva”, dice la dama despechada. Estos franceses, siempre tan torturados.
Total, un drama. Fabuloso artículo.
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