A veces querríamos que nuestras vidas tuvieran los alicientes de una película, olvidando que detrás hay un guión armado, efectos especiales y banda sonora. Las aspiraciones son como armarios empotrados de más de dos metros que nos entumecen el cuello. Hay filosofías de vida que inhiben los deseos, y otras que alientan a luchar aun a riesgo de desgañitarnos. Nos decimos “cuídate” al despedirnos, aunque no sirva de nada. “Estaba viendo una serie, y de repente me encontré muriéndome”, me cuenta mi amiga Marichu, que hace dos meses sufrió un infarto. “Me dicen que lo más importante de todo es que camine, que ande una horita al día. Fíjate qué tontería: todo está en andar”.
Es entonces cuando te dices que no lo has escrito todo, y que ahí está el parque por donde caminas de buena mañana, cuando te llega el vapor a caldo de pollo que sale de las cocinas de los colegios. A medida que te adentras en su arboleda, entre cedros, acacias y un sauce desmayado, las nubes parecen más bajas que cualquiera de nuestros armarios empotrados. Sientes los pies en la tierra, sobre la crujiente hojarasca, las manos refrescadas, las ideas que van de la palidez al rabioso estampado. Hasta que te cruzas con otros hombres y mujeres que caminan sin querer llegar a ninguna parte. Caminan como una expresión de deseo, con los brazos agitados y la espada recta; caminan para salvarse, con la mirada ausente y la certeza de saber que esa es su pequeña heroicidad diaria, su testarudez frente al destino, una manera sencilla de quererse en voz baja. Andar sin rumbo ni norte, sobre nuestros propios pasos. ¿O acaso no expresamos esa maravilla con gozo cuando las criaturitas de apenas un año un buen día dan cuatro pasos? “Ha empezado a andar”, decimos, “¡Camina!”. Y ya no los pararemos. El sentido de la vida, a ras de suelo.
“A veces querríamos que nuestras vidas tuvieran los alicientes de una película”, lo malo es cuando la película se queda corta ante ciertos relatos de la vida.
Esto me pasó cuando investigaba los entresijos de lo que a vista de la justicia (Así está archivado), una muerte muy extraña, era un simple muerte natural.
Alguien, siendo sabedor de que llevaba tiempo investigando e indagando sobre tal suceso, me puso al corriente con pelos y detalles y amparado en mi palabra de no desvelar las fuentes, de que tal muerte natural, donde una joven extranjera yacía enterrada sin nombre y sin pasado, en un cementerio rural desde hacía varios años, era en realidad un crimen, cosa que yo sospechaba desde hacía tiempo.
Me dijo lo que los investigadores me negaron siempre, pero que yo intuía.
Cuando te sientas ante el folio en blanco, desdeñando dicha novela y ya sabes todo lo que ocurrió, cuando conoces de primera mano los lugares y las personas que presumiblemente ocasionaron su muerte. cuando intentas cotejar estos datos con los investigadores, aun a riesgo de fusilarte tu mismo la novela y te das cuenta que lejos de tomarte en serio te ningunean e intentan engañar, incluso animándote a no seguir con ese empeño de aclarar los hechos, te das cuenta que efectivamente, mi fuente ya me advirtió que ojito con lo que escribía o contaba, pues te puedes meter en muchos líos.
La novela está casi acabada, anda ya por los doscientos cincuenta folios y eso sí, al igual que la anterior circulará por los cinco principales concursos literarios españoles, esperando que no se quede finalista como la anterior, si no que acceda a lo máximo….
Será la única novela, que de forma muy sibilina, ponga en dedo en la yaga de lo que debió ser y no fue. De todas formas y para lavar mi conciencia, hace poco puse estos en conocimiento de un oficial de la Guardia Civil, de mi total confianza, que me prometió indagar e interrogar a los responsables de tamaña chapuza.
Una historial excepcional, en lugar y hechos, que no es fantasía novelada, si no la vida real.