Hoy, en cambio, una reina puede vestir unos ripped jeans, que es como los fashionistas denominan a los tejanos rotos, porque el lujo, además de democratizarse, se ha psicologizado, y su máximo valor es emocional. Pagas por la experiencia que te promete, por el acceso que te brinda a un universo desconocido, más que por su valor material. A excepción de los horteras, ya nadie entiende el lujo como ostentación porque su evolución también lo es de mentalidad. Debe de suscitar imaginarios, añadir a su plus de distinción otro de provocación, proyectar esa palabra cada vez más vacía de significado, “valores”, para conferirle contenido a la marca y venderla como un placer compartido. Esto es lo que, de nuevo, ha logrado Karl Lagerfeld, maestro en reformatear el lujo, en el último desfile de Chanel: El Grand Palais convertido en una avenida de adoquines por donde desfilaba una manifestación. Sus proclamas mezclaban feminismo y frivolidad, coquetería y humor: Desde “Haz la moda y no la guerra” hasta “He for she” “Be different” mientras sonaba “I’m every woman”. A Karl -de madre feminista y preocupado por el avance de la extrema derecha- le gusta rodearse de una troupe de chicas malas, como Elisa Sednaoui, la DJ Leigh Lezark o su última protegida, Cara Delevigne, que junto a la soberbia Gisèle Bundchen se metieron en el papel con brío dispuestas a demostrar que protestar es tendencia. Que nos lo digan por estas latitudes, con la piel levantada de tanto salir a la calle con la pancarta.
George Clooney, que en más de una ocasión ha sido detenido en manifestaciones, como hace dos años frente a la embajada de Sudán en Washington, ha cambiado la protesta por el bodorrio. Sus más acérrimos fans, que ya le perdonaron tanto anuncio de café, se preguntan por los excesivos fastos venecianos. Amal Alamuddin, que debe de ser una mezcla entre madame Curie y Rita Levi-Montacini, pues de ella se alaba coralmente su inteligencia, acaso porque es guapa, es ya Amal Clooney. Una belleza libanesa de boca y nariz grandes, espigada como una modelo pero que pleitea por causas humanitarias, y exhibe el lujo a lo árabe, rodeada de las mujeres de su familia con esa mezcla obscena que forman un albornoz y una copa de champán. Al Clooney progre se le critica que se haya gastado 10 millones en un show mediático, pero, sobre todo, no se le perdona que haya renegado de su militante soltería y haya exclamado con ojos de corderito: “¡Qué bien se está casado!”.
Las gladiadoras
Se llaman Marta Xargay, Anna Cruz, Laia Palau, Alba Torrents, Nuria Martínez o Luci Pascua, algunos de los nombres-estrella de la selección española a las puertas de jugarse el título del Mundial de baloncesto. Sus movimientos en la cancha son tan plásticos como poderosos. Deberían de ser referentes para las jóvenes: espigadas y generosas, compiten con gozo y esfuerzo y contrarrestan la falta de fuerza física con creatividad y trabajo en equipo. Aunque las informaciones que tienen como protagonista a las mujeres deportistas apenas superan el 10% de todas las noticias de deportes, estas jugadoras-algunas compiten en la WNBA- vuelven a evidenciar que una de las pocas cosas que funciona en este país es el deporte.
Diplo-gay-power
“La fiesta más gay del embajador estadounidense James Costos”, así titulaba uno de los grandes diarios del país la crónica sobre la party que celebraba a partes iguales la rentrée y los dos años de Costos y su marido, el interiorista Michael S. Smith, en Madrid. Al igual que el embajador de Francia, Jérôme Bonnafont, también casado con un caballero, la diplomacia estelar ha sacudido bien las alfombras Y la verdad es que lo fue, con champán californiano y baile desenfrenado. Desde Miguel Bosé, Javier Cámara y Boris Izaguirre a Amaia Salamanca, Lorenzo Castillo, empresarios e incluso marines… Y, en cambio, los políticos brillaban por su ausencia. ¿Por miedo a las nuevas costumbres, al diplo-gay-power, a salir o entrar del armario?
Taladra opacidades
Es una de las escritoras más electrizantes del panorama y su último libro, El mundo deslumbrante (Anagrama) según Christina Paterson del Sunday Times es “de esas novelas que te hacen llorar (o casi) y pensar”. Desde que leí La mujer temblorosa -una erudita exploración sobre la relación entre cuerpo y mente- percibí que la voz de esta hija de noruegos nacida en Minnesota taladra opacidades y abre percepciones, y en eso consiste la buena literatura. Harriet Burden, su última protagonista, es una artista ninguneada que destapa un machismo más sibilino que el del tenis que aún impera en las artes y letras. Tiene toda la razón: ¿cuándo se prescindirá, en su caso, de la coletilla “la mujer de Paul Auster”?
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