Desde algunos blogs masculinistas, otro término en alza, se denuncia muy en serio esta moda de ridiculizar a los hombres y se pide que se sustituya en las frases más deleznables la palabra hombre por la de negro, a fin de hacerse una idea del delito. El efecto es demoledor: «los negros no saben pensar y mascar chicle a la vez». O «la mayoría de negros solo piensa en el sexo». Pura xenofobia y sexismo. Y el tan manido lugar común de que los hombres tienen un pene en el cerebro, sin calibrar las crisis de masculinidad que ello habrá desencadenado, y más ahora, que la salida de casados del armario se ha convertido en una pasarela de primavera-verano.
Las misándricas irónicas creen que meterse —siempre con buen humor— con los hombres funciona como altavoz para echar a los más ineptos del poder y sustituirlos por un puñado de mujeres sobradamente preparadas. Crear estado de opinión, lo llaman. Y permanecer en alerta ante los errores del enemigo, tal y como practican los feroces lobbies en Estados Unidos. Es muy probable que usted, lector de Icon, sea un tío majo de los que saben reírse de sí mismos y más aún con todos estos chistes de hombres inútiles. En realidad, no se siente aludido. Proverbial amigo de las mujeres, es alguien tan excepcional que nunca le han tenido que preguntar: «¿Me quieres?» El tipo de hombre que de vez en cuando le coge prestado el ¡Hola!; que huele el frasco de su perfume a escondidas y que detesta a los machotes que en las pelis porno besan a las chicas en la boca como si le succionaran el clítoris. Le duele la insensibilidad y la cabezonería, los machitos y los micromachismos, el «mujer tenías que ser». Pero, a pesar de su lado femenino, considera tan zoqueta la misoginia como la misandria, y desde luego no está dispuesto a que le parta ningún rayo.
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