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Atunes, ‘pijipis’ y flamenquito

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En el vuelo de Madrid a Jerez de la Frontera abundan las familias numerosas que parecen parientes de los Domecq, con más hípica que química en sus formas. Ellas tensan sus colas de caballo y les enderezan las perlitas a las niñas; ellos van con mocasines blandos y ansia de rebujito. También lucen las hippijas o las pijipis, aprovisionadas de canastos y raybans rumbo al hotel Hurricane de Tarifa, la meca del windsurf. En las filas de atrás se agolpan los buenos salvajes que siguen bajando a Cádiz como robinsones y que en ningún otro lugar del mundo serían tan bien recibidos, igual que los perroflautas que dormirán bajo el cielo raso en los acantilados de Caños, junto al Faro de Trafalgar, con sus pipas, guitarras y rastas.

Al llegar a Jerez, el sol cae aplastado y taurino. A medida que se avanza por el autovía hasta el parque natural de los Alcornocales, los toros conforman una estampa plácida; apenas se mueven, acariciados por las garcillas, mitad garzas, mitad cigüeñas, que les lamen las garrapatas. El azul atlántico asoma de repente, como tiene que ser, desde la loma de Vejer de la Frontera. Marismas, pastelerías árabes, y flores fragantes entre las rocas. Abres la ventanilla, esnifas la brisa y entiendes el verso del poeta andaluz Vicente Núñez: “la vida no tiene más ideología que el olor”.

En el tramo de costa que va del Cabo de Trafalgar a Punta Camarinal, la ruta de los atunes, se esparcen los pueblos marineros de rumba lenta que, antes incluso de los fenicios, han practicado el arte de la pesca de la almadraba. El atún aquí es una religión. Y sus sacerdotes sustituyen el palabrerío gourmet por morrillos sin homilía. La máxima autoridad en la materia es Ángel León y los veraneantes más exquisitos van en romería a Aponiente, su restaurante en El Puerto de Santa María que tras el cierre de El Bulli, se ha convertido en el nuevo templo de la experiencia gastronómico-escolástica donde, entre otros platos, se extasían con el chorizo marino o los chips de piel desgrasada de morena.

Parques naturales en apenas cincuenta kilómetros de naturaleza desbordante y playas protegidas por ser zona militar, han representado la gran coartada antiladrillo. Conil, Véjer, Zahora, El Palmar, Caños de Meca y sobre todo Zahara de los Atunes componen el litoral de la Janda. “Veraneando en las playas de Cádiz”, rezan los pies de fotos de las revistas del corazón con Hugo Silva, Hiba Abouk o Francisco Rivera.

El fenómeno zahareño estalló a primeros de los noventa. Para algunos afilados cronistas se convirtió en “el lounge de la socialdemocracia”, o en “la Marbella roja”. Había un buen cartel de artistas progres con casas de ensueño en la sierra Camarinal, más conocida como “la montaña de los alemanes”, ya que allí se refugiaron muchos nazis después de la Segunda Guerra Mundial antes de huir a Sudamérica. E incluso Franco les regaló terrenos.

En verdad quienes llegaron primero fueron los señoritos de Jerez y Jaime Mayor Oreja, de la mano de Javier Arenas y la familia Landaluce, mucho antes que Aitana Sánchez Gijón e Imanol Arias lo pusieran en el mapa del artisteo. La actriz y su madre Fiorella hallaron pureza y dunas. Apenas había locales. Los Sánchez Gijón abrieron el chiringuito La Gata, en la playa de Zahara, y Aitana trasladó el decorado de la obra de teatro La gata sobre el tejado de zinc caliente a pie de arena.

La otra cara de la Janda es el paso del Estrecho, los tres millones de autos magrebíes cargados como mulas que a mitad de agosto bordean el Cabo de la Plata. Las redadas anuales representan otro clásico: la de este verano, con 50 detenidos, incluye a dos policías y varios empresarios. Nadie quiere hablar. El trapicheo de hachís lo capitanean mujeres con bata floreada y delantal: “de algo hay que vivir en invierno”, dicen.

“Esto es la gloria. Aquí no hay farolas, ni paseos marítimos, ni vallas. Es salvajismo puro”, dice Mariola Orellana, agente y mujer de Antonio Carmona. Los Carmona viven entre Madrid y Miami -triunfando y preparando nuevo sello discográfico- pero cada verano reciben a los amigos en su casa de madera de El Palmar: Carmen Machi, el clan Flores, Piedi Aguirre,hermana de Esperanza… En los chiringos actúan La Negra, Kimi-K y Lion Cortés con su Gipsy Evolution: los jóvenes han cambiado el pesar doliente por el flamenquito electrónico. Las jams y los cameos son continuos: Wyoming, Carles Benavent, Raimundo Amador, Diego Carrasco, Jerry González, cajones, congas y saxos. En El Cortijo de la Plata se han grabado varios discos, incluso David Byrne se prendó del litoral gaditano, cuenta Lala Obrero, directora artística de Solas.

La oferta es tan exquisita como surrealista: allí vi los primeros kilims sobre la arena de la playa; alcancé la gloria con unos “pulpos a la escandalera” en el Ramón Pipi -un antro de pescadores-; escuché en la playa a Antonio Vega y su chica de ayer; caté caldos con Álvaro Palacios y José Andrés en el Antonio, y me sentí tan aterrada como rebautizada en las aguas salvajes que tanto gustan a los de Bilbao. Pero esa rizada idea de la libertad no sería lo mismo sin el viento. Entre el Levante y el Poniente: el uno calienta y el otro enfría, hasta despeinar el paisaje.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Qué gustazo leerte. Gracias, Joana.

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