Pero no sólo es físico el descontento de las madres de clase media, con cinco o siete kilos más, un pliegue en el abdomen, los misterios de la leche y el pecho caído, sino también anímico. Encapsulada queda su soledad, difícil de trasladar a palabras, con su colección de desencuentros y contradicciones.
El momento más hermoso de la vida, regado de ternura y esplendor, contiene a la vez las sombras del miedo servidas como una colección de matrioskas, abriendo una brecha entre amor y culpabilidad, felicidad y vacío. Y paro. Por ello abundan los blogs de malas madres, en los que confiesan todo tipo de barbaridades, incluso el deseo de administrarles una doble dosis de Dalsy a sus bebés para que dejen de llorar. En algunos foros norteamericanos no se cortan, llegando a compartir nombres de tranquilizantes para conseguir un plácido y profundo sueño y poder escaparse a la discoteca. La banalización global también halla un hueco en las madres irresponsables y desculpabilizadas.
Madres amantísimas, débiles, dominantes, hippies, tristes, los estereotipos de la maternidad se han acompañado de muchas aristas en la ficción. Todos recordamos con mayor rapidez ejemplos de madres funestas, y no abnegadas, en el cine o en la literatura. Ojalá no solo se midiera la huella de ser madre en el cuerpo, sino en cómo llega a modificar nuestra cabeza.
El antiepicúreo
Si es innegable que internet ha variado nuestra forma de pensar, tener un hijo trastoca la arquitectura neuronal. Parir es un milagro que la fuerza de la costumbre empequeñece. Una pócima de renuncias se agita en el tarro de las satisfacciones. Y la responsabilidad, dispuesta a borrar una parte de quienes un día fuimos, sobrecarga los hombros. Pocas escuelas hallamos en la vida para aprender a rebajar presuntuosas expectativas ante el amor, la maternidad o el éxito. Pero existen muchas madres con estrías dispuestas a desenmascarar, sin tópicos, todo aquello que aún no vende ni adelgaza.
Una alumna de un taller de periodismo me entregó un artículo titulado “Podemos vestir bien”, en el que se interrogaba acerca del conflicto de la izquierda con la elegancia, a excepción de un ala de la gauche francesa. Aunque más que dificultad se trate de un complejo enraizado en el viejo prejuicio de que el (buen) gusto es una imposición burguesa. El tema surgió después de que Pablo Iglesias contara que compraba la ropa en Alcampo (ahora también ha trascendido que comparte habitación y viaja en autobús). Unos aplauden su encomiable gesto a lo InterRail y otros se cuestionan si su desprecio a la estética no implica pobreza espiritual. Pero, ¿es que acaso Iglesias no ha marcado su propia estética?
Millonario non grato
Mónaco de nuevo se acordona, con su guardia blanca y sus baños de mar. El acogedor paraíso de millonarios ha vetado en la entrada al financiero norteamericano Adam Hock, que será detenido inmediatamente si se atreve a pisar suelo monegasco. En 2012 le rompió la mandíbula a puñetazos al sobrino del rey Alberto II en una pelea en un selecto club del West Village neoyorquino, el Double Seven. También participaron en la juerga-trifulca Vladimir Restoin Roitfeld, marchante de arte e hijo de Carine Roitfeld, y Stavros Niarchos III, heredero de los armadores griegos. A lo largo de los años, si hay algo que no varia es la miserable estampa de millonarios con el ego herido peleándose a puñetazo a limpio.
El ojo del glamour
Siempre hay risas a su alrededor. Y pantalones blancos. Y mujeres altas, que a menudo tienden a doblarse como muñecas, con sus armaduras de seda y sus tacones temblorosos. Mario Testino, fotógrafo peruano adorado por las socialités y las modelos, se ha convertido -desde que inmortalizó a Diana de Gales para Vanity Fair- en el ojo del glamur. O mejor dicho, en el mejor cirujano de la imagen, capaz de revertir la fealdad en belleza con su iluminación, su flow y su aire de aristócrata con los pies descalzos. Ahora Vogue España le reconoce como mejor fotógrafo del mundo, en los premios Who’s on Next. Cuántos directores de arte que en su día lo despreciaron se han echado las manos a la cabeza…
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