Del “yo” al “nosotros”. De ego-juguete a herramienta económica alternativa: “compartir” ha pasado de ser una opción, quizá la más importante, en el muro de Facebook a un nuevo concepto económico, gracias al consumo colaborativo. De compartir fotos del restaurante donde hemos cenado, hay quienes han pasado a compartir coche (car sharing), trabajar juntos (coworking) o intercambiar casas para conocer el mundo… Jonah Berger, profesor de la Universidad de Pensilvania y autor de Contagio, analizó cuidadosamente 7.000 artículos de The New York Times a fin de descubrir qué tenían en común los más virales, y no tardó en concluir que se trataba de la positividad que emanaban. Por eso la gente se los mandaba, buscando un momento de efervescencia. Según los expertos, un intercambio de energía -peligrosa palabra- que amplifica nuestro propio placer. Pero hay algo en esa generosidad ávida de “compartir” materiales y confesiones que me resulta impostado. Sí, cierto es que vivimos un tiempo en el que la cooperatividad es indispensable para fortalecerse y crear redes a nuestro alrededor. Y en esta nueva economía de guerrilla prima el usar frente al poseer, promoviendo un consumo más eficiente, sostenible y responsable. Pero tan importante como compartir es no hacerlo, no tanto por egoísmo, desconfianza o exceso de celo, sino para preservar la intimidad, tan zarandeada.
Tanto compartir
Hace un tiempo nos pasábamos información, intercambiábamos experiencias, nos cedíamos material para culminar un proyecto, nos enseñábamos las fotos de un viaje y nos revelábamos secretos y confidencias. Hoy, todas esas acciones caben en una, el verbo de moda: compartir. Curiosamente, se trata de una acción que forma parte de los primeros aprendizajes. Acaso sea por ello, por la repetida letanía de “tienes que saber compartir tus juguetes”, que me sorprenda tanto su uso abusivo entre adultos. La fiebre del sharing eclosiona paralelamente a la interiorización de we can, y se ve influida por los códigos de las empresas tecnológicas cuyos miembros han transgredido los protocolos laborales y los han sustituido por un modus operandi presuntamente más humanizado. Los ejecutivos 2.0 ya no dicen “¿podrías pasarme tu plan estratégico?”, sino “¿podéis compartir con nosotros vuestro plan estratégico?”, a lo que es más difícil negarse. En el lenguaje de los negocios se universalizan los neologismos certificando que el inglés identifica procedimientos globales, aunque también incite al postureo: ya no se acuña un concepto, sino un concept, por poner un ejemplo. El caso es que el lenguaje emocional consigue traspasar la capa impermeable y gris de la contabilidad.
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