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Reloj no marques…

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Debo confesar que la relación de los individuos con las horas me fascina. Cómo el tiempo se escurre o se alarga igual que un chicle insípido. Siempre que puedo, procuro indagar acerca de los hábitos de la gente que me interesa: a qué hora se escriben, cuándo hacen ejercicio y, en el caso de las mujeres que concilian trabajo y familia, cómo ejecutan malabarismos horarios al coincidir los actos de las ocho de la tarde con la cena de los niños. Cuando se tienen hijos, una se cuestiona la frontera entre la tarde y la noche, que representa la ebullición pública. Las presentaciones de libros, estrenos, mesas redondas se programan cuando la curva del día desciende y en las casas con pequeños se agita un frenesí de toallas mojadas, peines dolorosos, purés de verduras y terrores nocturnos. Todo eso sucede, comprimido en unos 120 minutos, mientras afuera el mundo se saluda perfumado, “hace contactos” y multiplica el tiempo que no tiene.

Expresiones como gestión del tiempo, horas productivas o higiene del sueño proliferan a día de hoy, cuando hay coaches para todo, incluso para organizarse un horario como quien escribe una partitura. Y la partitura española lleva mal el compás con el reloj internacional. Nos acostamos más tarde que cualquier vecino nuestro europeo, dormimos una hora menos, desayunamos cuando otros comen y nuestro prime time empieza una vez que belgas o alemanes ya se han tomado el diazepam.

La semana pasada The New York Times publicaba el tema en portada, y nos reñía por cenar tan tarde y dormir la siesta, aunque esa dulce costumbre que tantos sabios han aplaudido apenas nos la permitamos los fines de semana. Las fotos que acompañaban el reportaje no muestran a un español perezoso en un sofá de Ikea o una terraza con encanto, sino que retratan una imagen zafia, a años luz de esa otra terca marca España. Y apelan a nuestra pobre cultura en economizar el tiempo. La que tantas veces han expuesto Ignasi Buqueras y su Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles con los demás países de la UE, relacionando nuestra extensa jornada laboral con nuestra baja productividad. Pero, en cambio, no señalan dos obstáculos de peso: por un lado, la antigua creencia de que echar horas en el trabajo significa hacer méritos y dar ejemplo. Sin duda un asunto espinoso para modificar en tiempos de precariedad y paro, pero que nos aísla de la agenda internacional. El segundo obstáculo es aún más inasequible: las cosas no suceden linealmente, una detrás de otra, sino que a menudo se simultanean, y un instante cabe dentro de otro instante. Cuando la luz del día se alarga, también parece que la vida se alargue. De ahí el apurar hasta el último sorbo de claridad. No, no es que nos pirremos por la chanza, seamos juerguistas, siesteros y desorganizados. El del español, catalán, vasco y gallego es un sueño de omnipotencia. Lo que queremos es vivir más que nadie.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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