“Dos mujeres”. Tan solo con pronunciar esa locución sellada con lacre, y el imaginario colectivo se colorea de la proverbial competencia femenina. Duelos a muerte entre mujeres que no están dispuestas a perder su trono. Qué tentación la de alimentar maledicencias a riesgo de retrasar la asunción de la verdadera igualdad que, entre otras cosas, contempla que dos mujeres puedan discrepar públicamente, como ellos, con deportividad.
El estilo es un cajón de sastre tan arbitrario como determinante. Pongan en la coctelera un bolso, por ejemplo uno de Miu Miu y otro de loneta a rayas; un andar más campechano, de zancada amplia, y otro más self confident, con suave contorneo; un discurso rápido de reflejos, frente a una contundencia propia de una auténtica dama de hierro que ha tenido que bregar con una fontanería de machos alfa. No hablamos de Rihanna y Beyoncé, no, sino de Soraya Sáenz de Santamaría y de María Dolores de Cospedal, respectivamente. Dos mujeres que apenas tienen un segundo que perder en rifirrafes. Porque se trata de dos señoras de la política, llegadas a la primera línea de fuego en el 2008, cuando Rajoy -tras el fracaso electoral- decidió romper con el pasado. A Soraya la llamaban por entonces “la niña” y apenas contaba con currículum político, pero parecía tener ojos en la nuca. Se hizo cargo de la portavocía de la oposición con tejanos y chalecos de piel frente a los trajes rosas con maquillaje coordinado de María Teresa Fernández de la Vega. Fue la primera de su promoción en Derecho, luego abogada del Estado con 27 años, y ha devenido en una profesional de la política sin pasado ideológico. La responsable de adecuar paulatinamente su imagen y su estilo ha sido su jefa de gabinete desde entonces, María González Pico, quien la alejó del cliché de alta funcionaria aconsejándole que se ajustara a la etiqueta de “una tía normal” que madruga más que nadie para empaparse de todo. Nunca ha tenido asesor de estilo aunque se haya publicado, tan solo amigos fashion. Y nunca ha acusado el endiosamiento propio del síndrome de Napoleón que afecta a tantos líderes bajitos. Acaso gracias a los tacones.
La mujer con mayor poder de España, que controla desde el Cesid hasta el concierto autonómico, vive en un barrio arbolado de Madrid, la Fuente del Berro, junto a su marido Iván Rosa -ejecutivo de Telefónica-, con quien tuvo su primer hijo hace dos años. Ella misma reconoce que ha tenido que ganarse el respeto, y superar el primer “test visual” que aún se exige a las mujeres. Viste a menudo ropa de Zara, Miguel Palacio, Sandro o el joven Eduardo Rivera. Su único escándalo: un posado para un dominical con vestido de noche y descalza y una belleza despeinada.
María Dolores de Cospedal, igualmente castellana, también abogada del Estado, y madre que reivindica que a una mujer se le pregunte lo mismo que a un hombre respecto a su vida privada, fue elegida en el 2010 en una encuesta de El Mundo como una de las más deseadas de España. Y su fama de guapa castellana ha tenido que ser neutralizada con blusas con lazos y recogidos austeros, y sobre todo con su fama de regia. No lleva leggings ni cueros, sino chaquetas de Montepicaza, una firma talaverana pija y muy torera. Y cuando el protocolo lo permite, peineta y mantilla. “Gusta mucho a los hombres, a todos los niveles. Le encuentran un sex appeal especial” aseguran en su entorno. Sus rasgos angulosos y algo masculinos en contraste con sus ojos verdes, resaltan su posado de maja española. En unos tiempos en que el casticismo no había conocido horas tan bajas, queda un poso de resistencia: Cospedal parece haber heredado el arrojo de Esperanza Aguirre.
Estas dos políticas, una más rockabilly, otra más flamenca, han intentado huir de la prensa del corazón y aún y así les han atribuido incluso retoques estéticos con es el caso de Cospedal (quien a diferencia de Soraya, funciona con el apellido incluso abreviado). La secretaria general del PP se ha dejado ver con unas gafas azul turquesa de montura mariposa, un diseño que le quita hielo. “Nunca la he visto relajada, siempre está en guardia, es híper exigente”, dice una excolaboradora. Ella misma admitía en una entrevista de Magis Iglesias que la antipatía que se le atribuye es el resultado de una interiorización de patrones masculinos en el ejercicio del poder que ha asumido para imponerse. Faldas midi, piernas bronceadas, algún broche, zapatos de Ferragamo; también se la visto haciendo cola en Zara, marca reivindicada entre las políticas por razones obvias.
Dos caracteres que han conseguido blindarse a la frivolidad, pero que deben de sopesar cada día cuánto dinero llevan puesto encima. El estilo, además de un portaequipaje de la identidad, es la caligrafía del cuerpo, la intención en la mirada y el equilibrio entre telegenia, rigor y empatía. Algo que trasciende a los guiones preparados. En una ocasión, la cantante Lolita le preguntó en televisión a su madre qué era el carisma y Lola Flores le respondió: “lo que yo tengo, y tú no, hija mía”.
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