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Confianza en red

Captura de pantalla 2013-09-09 a la(s) 09.49.14De entre las fotografías que se difundieron tras el trágico accidente ferroviario en Santiago de Compostela me impactó una en la que un hombre y una mujer se abrazaban consternados. Ambos sujetaban un objeto en su mano, que reposaba en la espalda del otro. Era un móvil. Pensé en el gesto inconsciente: el de fusionar al cuerpo, como una extensión del mismo, ese dispositivo que hoy actúa no solo como resumen de nuestro espacio social, sino de nuestra identidad. Incluso en momentos de elevada tensión emocional en los que un sentimiento irreal de pérdida paraliza el pensamiento automático hasta el extremo de ignorar si hay que avanzar el pie derecho o el izquierdo para andar, el teléfono parece el único miembro autónomo, sobradamente preparado, con autoridad.A menudo, a fin de aligerar nuestro peso, al llegar a casa nos quitamos los zapatos, los pendientes o anillos, la corbata… “nos ponemos cómodos”, decimos. Pero, en cambio, apenas nos alejamos de los smartphones, que ahora se agarran a la muñeca en forma de reloj. Dan la hora, pero sobre todo ofrecen información y emociones. El ciudadano de los años diez practica running y a la vez en su pequeña pantalla recibe mensajes mientras corre, respira, late. Del mundo propio, el pequeño, pero también del grande, donde gracias a la red cualquier individuo puede superar el grado de confianza que mantiene con un vecino o una persona con la comparte un viaje largo en coche.

El reportaje sobre la miniaturización de los móviles que publicaba La Vanguardia la semana pasada, resaltaba la siguiente hipótesis: “el reloj puede ser sólo un paso más en el acercamiento de la máquina al cuerpo”. La fusión entre lo humano y lo digital se hace cada vez más indisociable. Ya no solo son grupos de amigos sino familias enteras repartidas por el mundo las que crean grupos de WhatsApp. Y no se conecta uno para pedir trabajo sino para encender la mecha de un nuevo proyecto.

“Internet configura el mundo real” resume Javi Creus, que fue profesor de ESADE y hoy, empujado por el pensamiento utópico, ha creado la consultoría Ideas for Change, donde “el ciudadano colaborativo activa sus datos, capacidades o activos”. La crisis ha logrado materializar valores e incluso monetizar –otra palabra de moda– el tiempo o la ilusión. Proliferan bancos de favores, plataformas de conocimiento abierto, el net.art con creaciones colectivas como si se tejiera un gran knut virtual. El crowfounding, como una alternativa más humana a los sistemas de crédito, ha conseguido objetivos asombrosos, y la filosofía del beneficio común se extiende y hace más generosos a los generosos convencidos, al tiempo que convence a los dudosos. Una nueva confianza va calando entre aquellos que no se quieren privar de soñar, y que aguzan su creatividad con la dosis justa de rebeldía. Un paisaje alentador frente al de la legión de parásitos que se retuercen panza al sol.

Publicado en Artículos

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