El reportaje sobre la miniaturización de los móviles que publicaba La Vanguardia la semana pasada, resaltaba la siguiente hipótesis: “el reloj puede ser sólo un paso más en el acercamiento de la máquina al cuerpo”. La fusión entre lo humano y lo digital se hace cada vez más indisociable. Ya no solo son grupos de amigos sino familias enteras repartidas por el mundo las que crean grupos de WhatsApp. Y no se conecta uno para pedir trabajo sino para encender la mecha de un nuevo proyecto.
“Internet configura el mundo real” resume Javi Creus, que fue profesor de ESADE y hoy, empujado por el pensamiento utópico, ha creado la consultoría Ideas for Change, donde “el ciudadano colaborativo activa sus datos, capacidades o activos”. La crisis ha logrado materializar valores e incluso monetizar –otra palabra de moda– el tiempo o la ilusión. Proliferan bancos de favores, plataformas de conocimiento abierto, el net.art con creaciones colectivas como si se tejiera un gran knut virtual. El crowfounding, como una alternativa más humana a los sistemas de crédito, ha conseguido objetivos asombrosos, y la filosofía del beneficio común se extiende y hace más generosos a los generosos convencidos, al tiempo que convence a los dudosos. Una nueva confianza va calando entre aquellos que no se quieren privar de soñar, y que aguzan su creatividad con la dosis justa de rebeldía. Un paisaje alentador frente al de la legión de parásitos que se retuercen panza al sol.
Comentarios