Según esa lógica, la noción de solidaridad, incluso la de auxilio, se desdibuja cuando la protagonista enciende la mecha. Y ahí está la palabra clave, ese paraguas semántico que justifica el sinsentido, el vandalismo e incluso el machismo: provocación.
Unamuno sostenía que la diferencia específica entre el hombre y el animal hay que buscarla más en el ámbito de los sentimientos que en el de la racionalidad. El hombre es, ante todo, un animal de sentimientos y, entre ellos, tiene una especial relevancia el sentimiento estético. Porque su esfera coincide con la esfera de lo sensible y con la reacción que produce en la persona la contemplación de la belleza. No hace falta ser demasiado ambicioso para que esa intuición nos ilustre acerca del mirar, del conocer… De ahí a que poseamos el juicio necesario para discriminar cuando alguien se exhibe como ofrenda carnal, como acto de autoafirmación o como resultado de una borrachera.
Claro que es mucho más fácil acusar y levantar perversas suspicacias, también más infame. “¿Irá mi hija provocando?”, se preguntaba el otro día una madre en el telediario de TVE. No cuestionaba el comportamiento improcedente, rayando el bestialismo, de quienes ante una minifalda o un ombligo al aire desatan sus instintos básicos, sino que acudía a un taller -promocionado por la cadena del Estado- en el que se enseña a los padres a lidiar con la vestimenta de sus hijos adolescentes a fin de combatir prendas ceñidas, pantalones caídos o escotes pronunciados. Lo más obsceno del asunto resultaba el tratamiento de la inocencia, cómo esos adultos se elevaban por encima de los jóvenes asegurando que estos no tienen percepción de riesgo o de peligro, ni tan siquiera olfatean el componente sexual de vestir con despreocupada frescura. Lo único sensato era la conclusión de la locutora del reportaje: “Aunque nos cueste, no hay que mezclar ropa y sexualidad”.
Basta con apelar al mal gusto y a la vulgaridad para opinar, educar, aconsejar a nuestros hijos si van hechos un cromo sin necesidad de invocar a la bestia negra que, según el telediario, todos llevamos dentro, pobres primates que no hemos conseguido aún evolucionar en el conocimiento sensible.
CADA BESTIA CON SU BESTIA
Afortunadas las bestias que se reconocen
en el espejo del rebaño que las conduce,
sufren con las bestias hermanas, pero gozan
y sangran por el placer de su heridas
El terror magnifica la imagen este San Fermín
de San Fermines ,
cada bestia con su bestia,
bajo el pabellón ciego de sus delirios.
Rolando Gabrielli©2013