Las rutinas, en cambio, suelen calzar zapatillas. Cuando abundan, enmascaran el abismo y crean la ilusión óptica de ordenar el vacío existencial. El primer café del día, sin abrir los ojos. La minibaguette de jamón antes de entrar al trabajo. El museo de los jueves. El pilates de los viernes. El fútbol del domingo. Regar las plantas del balcón antes de acostarse. En realidad son una confirmación de que todo va bien, o de que al menos va igual. Por ello hay gente que se lleva alguna de vacaciones. Su cafetera o su almohada. Su música de jazz o su transistor. Sus antidepresivos o su botella de ron añejo. Pero lo importante no es lo que va en el equipaje sino lo que se deja. Las colas de problemas. Los asuntos pendientes. La vecina huraña. Los hipócritas, pedigüeños, traidores, mandones o estúpidos que no nos resbalan.
Cambiar de paisaje, aunque no se vaya muy lejos, limpiar la mirada de imágenes demasiado vistas. “Aparcar”, decimos, dinámicas construidas a partir de un horario, de una agenda, de un mandato al que nos aferramos a fin de hallar una carcasa que nos proteja frente al extravío. Veinticinco días al año de libertad para aquéllos que tienen un contrato laboral. Un paréntesis que permite alternar con otros aires. Pero sobre todo una pausa entre cuentas de resultados y llamadas pendientes. Entre exámenes y castings, reuniones y manicuras, ebitdas y cash-flows.
La agenda del mundo no se detendrá aunque tú te desentiendas de las rutinas a fin de iniciar un ritual. El de escoger una playa; comer al aire libre; leer libros cuidadosamente seleccionados; estrenar bañador; descubrir una nueva canción que se adherirá, tozuda y vitamínica, al hipotálamo; comer sopas frías; dormir con la ventana abierta; escuchar el eco gozoso de los niños en la orilla o el empedrado. No hace falta que el ritual sea sofisticado. Porque su peso es mental. Puede que hallemos una habitación verde lima, que tan bien combina con el mar. Que tengamos días de bruma, en los que el sol cae como una escueta acuarela, y atardeceres rojos que hasta fundirse en negro regalan postales de souvenir. Nos encontraremos con sofás tapizados de flores francesas, o con figuras de dioses tailandeses que habitan con mudez los apartamentos de verano.
Olfatearemos esa humedad alquilada, que convive junto a la arena, los mosquitos, y en algún rincón del jardín, el moho. Y haremos todo lo que esté en nuestras manos para celebrar la vida sin negruras. Las vacaciones, ese ritual azul.
Tot un regal per als cinc sentits el seu article d’avui. Gràcies
Per mi, des dels últmis tres anys, llegir el teu article d’inici de vacances -i algun de durant- és un dels meus rituals preferits. Bones vacances! :)
Esta chica es una bomba. Notaría microscópica, cada texto –y todos se dan un aire– levanta una polvareda de inmediateces entre las que prosperamos, y si alude a las afiladas y contrapuestas, a las incómodas, vaya, lo hace mejorando la palabra justa –esa coartada de la mediocridad– con otras perfectas. Domadora del parvulario revoltoso de, insisto, lo inmediato, concierta la microfauna (que no es hazaña baladí) y la hace cantar a coro, y suena tan bien…
[En hora buena. Leo, y me crecen las vacaciones. Se las agradezco a la autora. Ha contratado mi fidelidad. –mira que es pena que siempre haya un pero.]
Qué grande eres, Joana.
Gracias, lectores, por regalarme tantos billetes de ida y vuelta.Y por ser asiduos a este minibar de palabras.