Pero ese no es el tema. El nudo podría explicarse con la ley de Godwin, la que se ha utilizado para identificar trolls en los ciberforos y que ahora sale de internet para instalarse en la vida no tanto cotidiana -afortunadamente- como mediática. Señala Godwin que a medida que una discusión on line se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis aumenta exponencialmente. Esta máxima, aplicada a España, no tiene parangón ni en la cantidad ni en la relevancia de los personajes que se suman a ella. Con cuánta frivolidad hemos escuchado llenarse la boca con la palabra nazi, de forma gratuita, vacía de contenido. Desde los programas del corazón a los “argumentos” políticos como el de Francisco Vázquez, comparando a los judíos con estrella amarilla con los niños castigados por hablar castellano en el recreo, o el de Cospedal relacionando a Ada Colau y los escraches con el “nazismo puro”, se evidencia a diario el escaso rigor histórico y la escasa conciencia objetiva sobre el holocausto en un país que ha tenido serios problemas con su memoria histórica. Una España entre remilgada y temerosa de reabrir tumbas y expedientes, de revivir el pasado, que se permite frivolizar con el terror ajeno. Y que a diferencia del resto de Europa, evitó cualquier intento de reparación histórica.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en los cines europeos proyectaban imágenes de los muertos apilados en las fábricas de muerte nazis, pedagogía que, en cambio, nunca se impartió en el franquismo hasta el extremo de que la primera lección sobre la shoah llega con la transición gracias a la serie Holocausto, de Meryl Streep y James Wood, y lo recordamos ya que ese día nos dejaban acostar tarde al tratarse de una “serie educativa” para padres e hijos. Por ello resultan tan amorales esos jueguecitos dialécticos que lejos de cuestionar una política lingüística, incluso de satanizarla, quedan enterrados en su propia perversidad. Cierto es que aquí la banalización del holocausto no es delito, pero ello no es excusa para que se cruce la línea entre la decencia y la vergüenza en nombre de España.
Bueno, considero que la demagogia se ha instalado en nuestra democracia y forma parte del discurso habitual tanto de gobierno como de oposición y también de movimientos ciudadanos.
Sin embargo, como demuestra el estudio en redes sociales, no es algo característico solo de la democracia española, lo cual vendría a ofrecernos una imagen inquietante de la calidad de las democracias actuales, cuestionada desde diversos ámbitos, nacionales e internacionales, por mirar sólo hacia los intereses de determinados grupos de poder en detrimento del bien general de los países. Y dichos grupos de poder los pueden constituir tanto grandes corporaciones y entidades financieras en nuestras democracias liberales como también el caso antagónico, pero igual en su esencia de privilegiar a unos grupos sobre otros, de lo que venimos viendo en Venezuela, es decir, que son los movimientos populares de clases pobres los que tratan de imponer sus intereses por encima de la totalidad de la sociedad.
La demagogia es significativa, es el síntoma infalible de la enfermedad de la democracia, como la fiebre lo es de una infección del cuerpo, desde el momento en que dichos grupos hacen valer sus intereses sobre la totalidad, o sobre el interés general del país, precisamente mediante la demagogia. Y esto es así desde que la democracia es democracia, allá en sus orígenes en las polis griegas, cuyos ciudadanos más despiertos ya vieron claramente y estudiaron las formas de corrupción en que podría caer tal forma de gobierno.
Se considera como demagogia esa oratoria que permite atraer hacia los intereses propios las decisiones de los demás utilizando falacias o argumentos aparentemente válidos que, sin embargo, tras un análisis de las circunstancias, pueden resultar inválidos o simplistas.
Esa oratoria es una estrategia utilizada para conseguir poder político. Consiste en apelar a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas del público para ganar apoyo popular, frecuentemente mediante el uso de la retórica y la propaganda.
Ortega y Gasset creía que era muy difícil salvar una civilización cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos. Los demagogos, decía, han sido los grandes estranguladores de civilizaciones. En efecto ¿cómo hablar de pactos cuando los demagogos han ocupado el espacio político?, ¿cómo hablar de pactos cuando los intereses de grupo político, social, económico, se han impuesto al interés general?
Es inquietante, preocupante, desalentador, ver que la demagogia afecta en este país no sólo a redes sociales, es decir, a la opinión pública, según la ley de Gowdin que citas, sino también a la opinión publicada en muchos casos (medios de comunicación afines a los diversos grupos o facciones que se disputan el poder para hacer valer sus intereses por encima del interés general) llegando incluso a hacer uso de la demagogia más burda la Secretaria General del partido político que gobierna y Presidenta de una Comunidad Autónoma.
QUO VADIS?
Coincido con El Fary en casi todo, excepto en su abominable seudónimo que no aprobaría ni el mismo Torrente (no el Ballester, el otro).
Ya, ya lo sé…..no se enfade….pero leyéndolo con calma no lo veo a usted brindando por el torito bravo.
Dicho esto, matizaría que nuestra demagogia tiene algo de particular y singular que no sufren los países cuya historia reciente no está afectada por el síndrome de la guerra civil. Esta circunstancia, creo yo, nos identifica y nos mantiene herrados a fuego, sin que por el momento nada haga pensar en una superación definitiva del mal.
Hace setenta y cinco años, mientras la repulsiva hipocresía y abstención timorata de los civilizados gobiernos de nuestro entorno geográfico nos abandonaba al abismo, la intolerancia extremista llevada al paroxismo logró que unos cuantos hijos del demonio nos dividieran entre fascistas y demócratas. Y bien porque no supimos o porque no quisimos impedirlo, nos destrozamos con ferocidad durante tres años de crueldad sin límites.
Recorrida la larga posguerra bajo anestesia también impuesta, alcanzamos la transición y durante unos años el espejismo pareció engañarnos con un escenario donde los actores pretendían derrochar lucidez, cordura y voluntad de epílogo. Guste o no, nunca se podrá negar que empezaba a mirarse más hacia adelante que hacia atrás, convencidos mayoritariamente de que podíamos convertirnos en protagonistas de nuestro futuro y alcanzar un aceptable nivel de desarrollo, a nada que aunáramos esfuerzos y buscáramos el modo de recuperar la identidad nacional, tantos años perdida. La demagogia de entonces, con ser evidente, no llegó a convertirse en la víbora, sino en una culebra que, si bien de cuando en cuando mordía e infectaba, no conseguía agravar el cuerpo más que excepcionalmente, y cuando eso ocurría nos aplicábamos el oportuno antibiótico y neutralizábamos la hemorragia.
Años más tarde, estrenado el nuevo siglo, el bienestar creciente que nunca habíamos soñado alcanzar descubrió interesantes aristas en la insatisfacción, la corrupción y el derroche, y los tenebrosos espíritus decidieron explotar apresuradamente el yacimiento, ante el riesgo de que la alternancia en el gobierno dejara de ser posible. Zancadillas, amenazas, excesos y, sobre todo, grandes cantidades de irresponsabilidad perfectamente participada, ensombrecieron el paisaje y nos volvieron a situar en la entrada del túnel, del que salimos en forma de tren de los horrores en la estación de Atocha. Iraq, el extranjero, el conflicto distante, el pretexto forzado, se convirtió en la gran coartada para inyectar la dosis definitiva de demagogia, antes de que el veneno se volviera a apoderar de nuestro organismo, poco sano ya.
Y desde entonces, como si el embrujo no encontrara antídoto, la demagogia ha sido la metástasis que ha vuelto a dividir entre fascistas y demócratas, en una orgía de maniqueísmo salvaje propia de un país sin historia que permite que otros se la reescriban a su antojo. La pinza se ha instalado arteramente y los buenos y los malos se apoderan del escenario, dejando entre bambalinas a los muchos sucesores de la tercera España de Chaves Nogales y Clara Campoamor.
Obsesionados, inventando el odio donde no debería haber más que disputa constructiva, desesperadamente necesitados de la discordia para convivir, entonamos viejos cánticos de guerra. Y si unos se empeñan en descubrir al enemigo fascista o nazi en muchos que son simplemente azules o cometen el horripilante pecado de no aceptar el color rojo o tienen el legítimo derecho de no coincidir en el mismo proyecto de futuro, otros se enrocan en su pedestal de brillos soberbios y haciendo gala de su adscripción a las imágenes de la intolerancia no están dispuestos a ceder privilegios y prebendas.
El tumor nos ha paralizado y solo falta saber si la capacidad de reanimación será posible. ¿Escepticismo? Desde un punto de vista racional, un poco o un bastante, mientras los medios de comunicación y cierta intelectualidad decrépita se obstinen en mantener el fuego vivo en que cada día cocinan sus intereses.
El tema es de mi interés, es cierto aun en el mundo quedan fieles seguidores de hitler hasta se podría decir que fans del líder nazi, líder es una palabra que lo describe muy bien, también se debe recordar a este personaje como el hombre que llevo a una nación (Alemania) que había sido aniquilada en la 1a Guerra Mundial, a hacer la mayor potencia armamentista del mundo y que después junto con los gobiernos totalitarios de aquella Europa cruel casi domina el mundo entero, claro si esto hubiera sucedido no solo habrían sido 6 millones de personas muertas, estaríamos hablando de una cifra mucho mayor por todas las personas que serian asesinadas si se interpusieran entre este despiadado personaje y el poder al rededor del globo. pero sobre todo se debe recordar como un personaje malévolo del cual solo le importaba el poder, hace poco estuve en un debate y defendí el militarismo japones, sin embargo hubo argumentos que me llamaron la atención que hizo el compañero que estaba en contra del nazismo el dijo: “Hitler odiaba y mato a millones de judíos y se tiene evidencia de que algún familiar cercano suyo era judío es decir el tenia procedencia judía, el odiaba a los homosexuales y estaba comprobado que el mismo era homosexual” lo definió como el peor hombre que ha pisado la tierra y sinceramente yo apoyo sus argumentos. Y por ultimo el Franquismo lo creo mas como el resultado de la influencia de Hitler Mussolini y Hiroito , España nunca me ha parecido conflictiva y espero que así se mantenga junto con todas las demás naciones.