Los bienintencionados podrían razonar que se trata de una reacción surgida de las proclamas de libertad lanzadas en las plazas árabes hace ahora dos primaveras. O bien de una ramificación del creciente poder de los emiratos en la economía y el establishment mundial. Pero probablemente se trate sólo de una frívola reacción, justo cuando el integrismo azota con más rigor la vida de las musulmanas. Y lo que es peor, cuando una oleada de violencia sacude las calles de El Cairo, Trípoli o Damasco, recrudeciendo las agresiones, violaciones y acosos sexuales, que se practican cada vez con más frecuencia e impunidad. Unos pocos realistas y escépticos pronosticaron el dudoso triunfo de la primavera árabe que tanto aplaudimos: derrocarán a los sátrapas, pero llevarán al poder a los integristas enfebrecidos, que aplicarán la interpretación más conservadora del Corán. Ya han surgido las voces de aquellas que dicen que con Mubarak o Zin al Abidin Ben Ali vivían mejor. Mientras, las ciberheroínas que prendieron la mecha hace dos años en Twitter o las que ahora se atreven a protestar con los pechos al aire en Facebook siguen exponiéndose por la libertad de las mujeres con el apoyo de movimientos feministas de Norte a Sur más activos que nunca. Occidente, cabizbajo, demasiado ensimismado en su crisis, mira este paisaje desde lejos, desentendiéndose del fracaso, a pesar de que hace bien poco celebraran como propia la victoria de las turbas y los tuiteros que iban a marcar un fin de época.
¿Qué primavera?
Irrumpe un nuevo proselitismo del velo. El hiyab se sube a la pasarela; así es, el pañuelo puede ser fashion, reivindica una nueva generación de mujeres musulmanas tan marquistas como las occidentales, que se han propuesto, ni más ni menos, una revisión de los códigos islámicos de vestimenta. Alejadas del negro doliente o del blanco purificado, jóvenes blogueras se fotografían con el velo en un contexto glamuroso sobre una premisa: no quieren ser invisibles. En las ciudades emergentes, en la nueva babel donde se mezclan costumbres asiáticas, eslavas y árabes, las grandes firmas de lujo, que hasta ahora diseñaban de forma extremadamente discreta pañuelos con la medida suficiente para cubrir las cabezas más pudientes del islam, multiplican su oferta. Pieles y vaqueros combinados con velos de seda italiana o turbantes plisados configuran una nueva iconografía, eso sí, sin vulnerar la tradición. Aún y así, desde varias comunidades islámicas ya han condenado el osado fenómeno que protagonizan Hana Tajima o Imane Asry, criaturas digitales que han decidido customizar su atuendo y lucirlo en Facebook.
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