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La bien librá

pan

La imagen digital de Isabel Pantoja desvaneciéndose entre la muchedumbre se congela entre estampados y gafas de sol, y por un momento recuerda a otro país. Aquel que un día se llenó de fontaneros que instalaban fuentes de oro y colgaban Picasso en los retretes. El que descorchó botellas de Dom Pérignon, aunque apenas supiera pronunciarlo, y empezó a fantasear con hacer vinos como quien se hace unas tarjetas, con ese impostado disimulo del nuevo rico que, en un restaurante Michelin, acaba comiéndose el pan del vecino porque desconoce que el protocolo tiene izquierda y derecha. Fueron tiempos donde quien mejor robaba ascendía socialmente con un aplauso cerrado. Cuando la ejemplaridad parecía un asunto de tontos, la ética una chorrada para pusilánimes y la moral una antigualla de la que por fin podía uno librarse como de un asfixiante corsé. Sí, esas estampas ya tan descoloridas, pero que hace tan solo una década amenizaban la vida social de un sistema que parecía estirarse como un chicle, flexible y blando, aparentemente inocuo. El nivel de vida se convirtió en un espejismo, y mientras una gran parte de ciudadanos de a pie pagaban sus impuestos y acababan el día reventados, otros se llevaban el dinero en bolsas de basura a sus casas de mármoles rosados.

“Es un milagro, es más que suerte el haberte conocido”, le cantaba la Pantoja en 2004 a aquel hombre de pantalones subidos hasta el cuello mientras paseaban por Puerto Banús, entre yates y cartiers. Por entonces, en la discoteca Olivia Valère se mezclaban Hohenlohes y Pajares, flamencos y modelos, exmisses y toreros. Hasta que la llamada operación Malaya decidió contabilizar, uno a uno, los billetes que llenaron aquellas bolsas de basura. El hilo parecía interminable y la palabra corrupción empezó a sentarse a diario en el sofá de aquellos que contemplaban atónitos a una pandilla de sinvergüenzas que seguían sonriendo como si aquello fuera una gran equivocación. Pero todo parecía posible, incluso pagar por un pollo “a la Pantoja” en el restaurante La Cantora. No sólo el pollo y el restaurante fracasaron, sino que se hizo interminable el circo mediático de los paparazzi que ellos mismos habían reunido. “Dientes, dientes, que es lo que les jode”, dijo ella en una auténtica clase de simulación a fin de poner a buen resguardo la vulnerabilidad.

Pero llegaron los primeros tribunales y condenas, y la Pantoja empezó a cantar “cartas a Alhaurín” -la primera prisión en la que estuvo Julián Muñoz-. Hasta que la madeja se fue enredando, y un día ella cambió de idea: “No tengo tiempo para el amor”. Su desmayo tras la condena por blanqueo de capitales ilustra esa España reventona y zalamera que se creía intocable. El otro día, en Málaga, la muchedumbre jaleaba a su tonadillera y la escena parecía de vodevil, aunque en verdad representara las ruinas de un país que se rompió, como el amor.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

2 comentarios

  1. blas paredes blas paredes

    Hasta el gesto de la pobre es hortera, con esos labios que siempre me produjeron repugnancia por su movimiento prensil. Representa toda ella esa España cañí que se resiste a desaparecer y nos repele a muchos. ¿Cómo la describiría Valle-Inclán o Gómez de la Serna o Muñoz Seca?
    Y qué decir de ese entramado de impresentables a su alrededor que por no ser no son ni embutido fino, sino rancio, barato y maloliente.
    Cuánto esperpento tan nuestro: Ruiz-Mateos, Jesús Gil, Bárcenas…

  2. Teresita Pérez Teresita Pérez

    Me parece que en muchos lugares suceden casos como el de Isabel Pantoja,tal vez sea porque desde el hogar no se enseñaron los valores universales, ni la responsabilidad social, pues dice un refrán “nadie puede gozar de lo superfluo si alguien no tiene lo necesario para vivir” y es lamentable que no sólo gozara de muchas cosas supérfluas como muchos lo hacemos, pero ganándolo con mucho esfuerzo, y en su caso no lo sabemos a ciencia cierta, lo peor es que son figuras públicas y que ejemplo dan a los jóvenes y a los niños.

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