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El síndrome del impostor

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Se trata de una sensación semiclandestina, entre sincera e incómoda, humilde y descarada, que tanto puede resultar agitadora como paralizante. Me refiero al síndrome del impostor. A ese miedo de ser un fraude andante, una mentira, un falsario. A no sólo parecer, sino también ser incompetentes o fraudulentos en alguna de nuestras actividades. A sentir que nos excede la responsabilidad, aunque debamos disimularlo. A examinarnos y criticarnos hasta el extremo de fustigarnos y ejercer un autorreproche que acaba por amargarnos las horas. Me ha ocurrido en varias ocasiones, cuando alguien ha aprobado alguna de mis ideas o actos ante los que yo misma dudaba de mi competencia, he acabado por confesar mi sentimiento de impostura y de desacuerdo conmigo misma, como si el cinturón me apretara hasta el punto de asfixiar mi seguridad. Curiosamente, del otro lado no sólo me ha llegado comprensión, sino también identificación. Escuchar “a mí me ocurre lo mismo”, no de cualquiera, sino de gente a la que admiro y respeto, de quienes considero los mejores en lo suyo, me ha resultado sorprendente y reconfortante. Por ello, pienso que no es marginal el porcentaje de individuos que a menudo damos un paso aunque nos cuestionemos.

Acabo de leer a Julian Baggini en el Financial Times, y asegura que él también ha sido presa de este sentimiento: “Como muchos, sufro de una leve forma de síndrome del impostor: la sensación persistente o recurrente de que algún día seré expuesto como un fraude incompetente. Digo ‘sufrir’, pero en realidad creo que cierto tipo de temor a la impostura es completamente sano y apropiado”. La teoría de Baggini es balsámica, porque amparándose en el principio aristotélico de que gracias a la habituación acabas consiguiendo tu propósito, sostiene que esta clase de inseguridad es más positiva que, al contrario, partir de la sobrevaloración de uno mismo. En definitiva, quien actúa como un valiente lo acaba siendo. Cierto es que para alcanzar un reto se requiere una dosis de talento, otra de dedicación, una porción de suerte y otra de descaro. Y es este último el que produce palpitaciones y mal acomodo en la costumbre. De ahí la sensación de impostura.

Hoy escuchamos repetidamente las palabras “oportunidad”, “transformación”, “desafío”… Pero ahí siguen los mismos de siempre, los que sin ninguna voluntad de disrupción -nueva palabra de moda-, lejos de plantearse abandonar su zona de confort hacen todo lo contrario: taponan el relevo y la regeneración. No les sudan las manos ni vacilan al tomar decisiones veleidosas o personalísimas, que sostienen con aparente firmeza. Me refiero a esa gente segura y con enorme poder de convicción que nos pilota en política, finanzas o empresas con rumbos inamovibles y que se resiste a permanecer, acaso porque nunca han sufrido el síndrome del impostor.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

3 comentarios

  1. martin fernandez martin fernandez

    Si ya te lo decía yo, estos pesados acaban yéndose solitos, sin necesidad de empujón….

    Resulta que el eco es antipático. Y la mala educación una película de Almodóvar.

    Suerte, mucha suerte………………..Brandy, mucho brandy.

  2. Qué clarificador, Joana. Pero el mundo es de los osados…aunque a veces nos tiemblen las rodillas (una valiente con más complejos e inseguridades, que certezas y triunfos)

  3. martin fernandez martin fernandez

    Quería haberme despedido con claridad. Por si no supe hacerlo ya lo estoy haciendo en este instante.

    De paso digo que no entiendo que quien escriba lo haga al aire. Y si es tan snob y prefiere las estrellas del cielo al lodazal de aquí abajo, mejor es que no publique un blog de silencios y fantasmas, pues el que lo edita busca en él lectores y opiniones.
    Tal vez, amiga escribidora, este Martin lleve en el mundo de la literatura bastantes más años que tú.
    Tal vez, con toda la razón, resulte muy apropiado llamar a estos espacios El Boomeran que se aleja y regresa, describiendo una absurda trayectoria.

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