Hubo un tiempo en el que las firmas más exclusivas se rodearon de apellidos tan nobles como los suyos, a fin de introducirse en nuestro país. Allí estaba la extrovertida Elena de Borbón, Wanda de Ligne y la tan francesa Melinda d’Eliassy con sus golpes de cabeza hacia atrás que marcaban la elegancia. O la perspicaz e imbatible Beatriz de Orleans para Dior. Pero mientras eso ocurría en la moda cuando esta aún no se había convertido en un gigante económico, entre los brókers de cuello almidonado emergía una nueva estirpe de hacedoras. Mujeres que organizaban cenas privadas con supervips levantando volutas de encanto. Y que enseguida se profesionalizaron, sin complejo de chicas Bond, buscando inversores y favores, cruzando teléfonos y recomendaciones, constructoras y consulting research.
En las entrevistas concedidas por Corinna zu Sayn-Wittgenstein a diversos medios hay una frase rotunda: “En mi trabajo soy una experta en encontrar soluciones”. Dice que el Rey le pidió un trabajo para su yerno. Y lo hizo experta como es en encontrar soluciones. Para desmarcarse del caso Nóos, la que ha sido señalada como “amiga íntima” del Rey ha iniciado una campaña de prensa de cuidada fotografía, fiel al signo de los tiempos: cuando te señalan, no hay que esconderse sino utilizarlo como promoción, incluso si eres la favorita. El caso me hace pensar en cuántas Corinnas hay en el mundo -mujeres solventes que igual organizan cacerías en África que se ocupan de asuntos clasificados de interés nacional-: viven a caballo entre continentes, tienen contactos sensibles en el móvil y posan sonrientes encima de un sofá. Pero, sobre todo, inducen a reflexionar hasta qué extremo nuestro mundo las necesita.
Nuestro mundo no las necesita, las inventamos como un producto sofisticado de exquisito perfume que puede resultar seductor a los clientes de la prostitución cara. La mediadora atractiva que abre puertas ajenas y piernas propias mientras embelesa con sus gruesos labios quizá sea una vaselina adecuada entre esos empresarios que nunca soñaron alcanzar tal éxito y de pronto adquieren la categoría de nuevos ricos oficiales.
Lo triste es que una buena parte de esta estúpida sociedad a la que pertenecemos sea benevolente con nuestro monarca argumentando, como se hizo el otro día en La Noria, que mientras traiga euros a su súbditos nadie tiene derecho a inmiscuirse en su comportamiento moral. Periodistas y periodistos, de izquierda y derecha, fueron unánimes en esta exculpación, olvidando cómo otras veces se llenan sus bocas al censurar el machismo y el “todo vale”.
Cuando escucho que no merecemos los mediocres gobernantes que nos dirigen no puedo más en desacuerdo.
Las Corinnetes creo que no merecen un párrafo.
Pero tu artículo es bueno y lo escribo para ti, Joanna.
Tú trabajas y no necesitas recursos ambiguos para ser independiente. Gracias.