A pesar de la grotesca escenificación patriótica con Putin, a nadie debería sorprenderle la decisión de Depardieu de abrazar la nacionalidad rusa. Ambas culturas siempre han mostrado una gran querencia por los placeres y caprichos encantadores, así como una holgada despreocupación hacia los juicios calvinistas sobre la frivolidad y sus declinaciones. Incluso la palabra frivolité parece sostenerse de otra manera en francés. No podía resumirlo con mayor exactitud Marguerite Duras cuando, en el año 1993, declaró a Vogue Paris: “Estuve siete años en el PC y me gustan los diamantes”. Desacomplejados y libertinos, capaces de convertir la mala reputación en un activo, los bourgeois bohémiens sans chaussures -así llaman a los hipijos parisinos de Saint Barths que desayunan langosta en el Eden Rock- fruncen el ceño mirando al infinito y se acogen al exilio fiscal mojando su indolencia en una copa de champán, francés, por supuesto. Una etiqueta que se utiliza universalmente tanto para los quesos como para los besos, con resonancias bien alejadas de nuestra tortilla o guitarra española.
El lujo, esa palabra que alteró su significado a partir de la posmodernidad y la consecuente fatiga del materialismo, se define de forma muy diferente según su localización en el mapa. Lujo es extravagancia superflua, dicen los franceses del Club 55 de Saint-Tropez con su caban de Hermès; lujo es experiencia y satisfacción, define el diccionario Webster; lujo es logo y oro, como demuestran los millonarios rusos exhibiendo sus armiños, los mismos que hace apenas un par de años eran despreciados por sus excesos ostentosos y que ahora son aplaudidos por mantener e incluso salvar el consumo.
Hace unos meses, Karl Lagerfeld me hablaba de su aversión a las políticas fiscales de François Hollande, que consideraba desastrosas. Más en concreto hacia el impuesto del 75% para los ricos, que ya han desafiado desde Bernard Arnault hasta Cyrano de Bergerac. “Francia, fuera de la moda, las joyas, los perfumes y el vino, no es competitiva. ¿Quién compra coches franceses? Yo no”. Lagerfeld resaltaba cómo históricamente su país de adopción se ha universalizado como marca de lujo. Al igual que lo hizo como denominación de origen del amor: del fin’amor al amour fou, el deshabillé, la femme fatale, el voyeur, el ménage-à-trois y una amplia familia semántica del lenguaje erótico. Hasta el extremo de que los norteamericanos aplauden ahora una nueva oleada de libros sobre la vida sexual de los franceses, considerados expertos en las artes amatorias. Porque amor y lujo, a pesar del eco rancio de la expresión, siguen formando una pareja de baile dispuesta a cualquier equilibrio para perseguir la gloria, tan efímera como las burbujas.
Depardieu, Francia y los decadentes como esta escritora “van en coche al muere”, afortunadamente, y la tierra la conducirán alguna vez hombres y mujeres probos, justos, con profundidad de pensamiento y vitalidad.
Depardieu, Francia y los decadentes como esta escritora “van en coche al muere”, afortunadamente, y la tierra la conducirán alguna vez hombres y mujeres probos, justos, con profundidad de pensamiento y vitalidad.