“Nuestros padres son grandes desconocidos”, asegura. A él le ocurrió después de preguntarle a su madre cómo le iba su terapia. Carmina, una asturiana embarcada a los 15 años hacía Argentina huyendo de la posguerra, desgarrada y desarraigada, que, en los años del corralito, ayuda a emigrar a amigos con familias españolas. Pero se quiebra, y la familia la envía al psiquiatra. “¿Cómo te va, mamá?”, le pregunta un día el hijo, curioso, pensando de qué manera se comportaría su madre, una mujer intuitiva aunque de escasa preparación, ante una discípula de Freud. “Bien -le responde-, hablamos de mi vida, es muy comprensiva. Yo hablo, y ella llora”. “¿Quién llora?”, pregunta el hijo; “Ella, la doctora”. Fue entonces cuando Fernández Díaz decide entrevistarla y graba más de 50 horas de conversación: Mamá (RBA), ya difícil de encontrar en las librerías.
La familia. Esa historia de adoración y distancia, de palabras no dichas y manchas detrás del cuadro. De tiempo que dejamos escurrir aun sabiendo que lo lloraremos algún día. Hoy, más de 400.000 familias españolas sobreviven con la escuálida paga de sus pensionistas, convertidos en escudo blindado ante la expropiación de la dignidad.
Los padres. Ese lugar al que casi siempre podemos regresar. Lo más parecido en el reino humano a la tierra que nos arraiga. Y a pesar de que por fin ya sepamos que cuando nosotros los creíamos viejos ellos bailaban, y ¡de qué manera!, no logramos zafarnos de nuestra mudez, como si aún mantuviéramos viva la ahogada incomodidad que nos abochornaba cuando veíamos en la tele una escena de sexo sentados a su lado. También cuando mentíamos como ahora lo hacen nuestros hijos, relativizando la verdad e incluso el amor que les profesábamos, el mismo que, cuando se acabó la droga de la adoración, sustituimos por estúpidos sucedáneos. Lo más prodigioso es que ellos siempre han sabido que son unos grandes desconocidos, y así han querido continuar ejerciendo; ellos, que tan bien saben que todas las épocas son malas, pero casi nunca peores que las anteriores. Esos árboles.
Hola Joana. Hemos publicado tu artículo en lugar preferente en nuestra revistilla WFL Xtreme: http://www.scoop.it/t/wfl-news Gracias.
en efecto podemos ver como es que las personas mas cercanas a nosotros y que en teoria deberiamos de conocer y ellos a nosotros en realidad resulta todo lo contrario y resultamos ser como extraños que desconocen una gran parte de la historia del otro
Si Joana, tienes toda la razón, es triste pero muy cierto! No conocer y que no nos conoscan, en la niñez todo es bello pero al paso del tiempo nos volvemos desconocidos.
Es verdad, aunque suene ilogico pero es curioso que las personas mas acercadas a nosotros sean a las que menos conocemos, acaso es regla de la vida o es que nosotros como hijos no sabemos valorar a nuestros padres y ellos como padres no saben con serlo..
Es curioso pero muy cierto, los padres somos realmente unos desconocidos para nuestros hijos, y creo que si es una ley de vida, como hijos nos preocupamos solo de nuestros propios problemas, egoístamente no nos importa lo que nuestros padres piensan o sienten y cuando nos damos cuenta, nos hemos alejado y hemos perdido mucho tiempo sin demostrar interés, sin intentar conocerles. Lo más curioso es que a pesar de ello, nuestros padres nos conocen por entero.
Nuestros padres, esos desconocidos… Realmente es curioso que las personas con quienes nos hemos relacionado de manera más cercana desde temprana edad, llegue un momento en que nos resulten desconocidos, ajenos, lejanos. Parece que con el paso del tiempo nos concentramos solo en nuestras propias vidas y los dejamos a un lado. Resulta irónico que así sea.
Nuestros padres nos crían pero conforme vamos creciendo y adquiriendo nuestra propia experiencia es como si nos todos nuestros familiares cercanos;me refiero a padres y/o hermanos se convirtieran en completos extraños, a veces uno se pregunta si de verdad existio el momento en que fueran unidos y compartieran las mismas ideas, pareciera como si fueran de diferentes planetas.
Muchas veces tanto los padres como los hijos se meten tanto en su rol, que dejan a un lado lo que son verdaderamente, se pierden, y creo q es cuando efectivamente dejamos de conocernos y nos volvemos extraños, es por esa razón que los hijos no pueden ser auténticos con los padres, porque dejan de lado a la persona como tal y solo ven a “el padre” que te exige, juzga y manda, y no al ser maravilloso que es.
karen, tienes toda la razon, en teoria (como dices) esas personas que deberian de conocernos mejor que nadie, que en este caso son nuestros padres, resulta ser todo lo contrario, debido a que todos nosotros hemos dependido gran parte de nuestra vida de ellos, pero en las experiencias que hemos tenido solo las hemos compartido en palabras, ya que los valores que adquirimos solo acompletamos a los que nos han inculcado.