Por no hablar de las más influyentes según Forbes con su top ten previsible y soporífero: ¡cómo no va estar Angela Merkel! Hay listas existenciales, del estilo de la que escribió Coixet para su protagonista de Mi vida sin mí -las diez cosas que te gustaría hacer antes de morir-, al igual que las Bucket lists, que toman su nombre de una película en la que dos enfermos terminales registran sus deseos por cumplir, todo un fenómeno. Listas que unen: New Musical Express proponía a sus lectores digitales el pasado viernes elegir las canciones que “les hacen llorar”. O que abren boca, como la de los 50 mejores restaurantes del mundo, según la revista Restaurant, una de las pocas en que los españoles salimos bien parados. El almanaque Schott’s Original Miscellany, la biblia de las listas, recoge desde cómo decir “te quiero” en 43 idiomas hasta la relación completa de los gases nobles.
Las listas producen sosiego y estímulo a la vez. Comprimen la intención y al tiempo la jerarquizan. En los museos, algunas son un objeto artístico. Su naturaleza contradictoria las hace sexis, y adaptables a cualquier cerebro. Para los niños, parece un juego recitar el alfabeto, sobre todo al llegar a la “o-p-q” cuando sube el tono. Y cuán placentero resultaba estudiar las capitales del mundo como si al memorizarlas la tierra cupiera en nuestra cabeza. Porque las listas cartografían un mundo de conocimiento, pero también nos permiten ejercer filias y fobias, aplauso y silencio. Claro que cuentan una historia entre líneas: lo que eliges y lo que descartas. Aunque a menudo lidiamos con viejas listas que, indolentes y paralizadas, arrastran asuntos pendientes, esos nombres que ilusoriamente pasan de página cada semana y cuya esperanza es que se acaben cayendo de la lista.
Muy bueno, Joana, como siempre que te leo. Estoy completamente de acuerdo contigo.
En este mundo caótico las listas nos ayudan a poner orden, a priorizar, a descartar, a aclarar pensamientos, a distraer la mente de otros pensamientos…
Yo antes era “muy fan” de las listas, hasta el punto de que tenía un cuaderno sólo para mis listas. Listas de lo que me gustaría hacer, de lo que no he hecho, de lo que quiero cocinar, de lo que necesito, de lugares por visitar… Una completa locura. Luego me dí cuenta de que el tiempo que invertía en la creación de esas listas era mejor invertirlo en llevar a cabo algo de lo que iba a plasmar en esas listas tarde o temprano. Y es que no sirve de nada categorizar si luego ya no estás. No sirve de nada discriminar, porque el devenir de los hechos puede hacernos cambiar de opinión y llevarnos a otro lado. Al igual que no sirve de nada priorizar en listas de belleza (las modas cambiarán, al igual que el paso de los años harán mella) ni saber quién tiene más dinero (el dinero tan rápido como viene se puede ir).
Esas listas “mundiales” está claro que son para tele-dirigir a “la masa” hacia unos gustos y moda u otros. Las “otras” listas son fruto de nuestro momento presente.
Pero toda lista es efímera, activa, dinámica por sí misma. Incluso hay listas que para unos tendrán una escala y para otros, otra. Pero ¡cómo nos gusta hacer listas! ¿verdad? Parece que nos ayudan a “controlar el mundo” desde nuestras butacas.