Hace ya veintiséis años sufrimos el impacto de una mujer vendiendo una fragancia para hombre que buscaba “a Jacq’s” mientras abría la pronunciada cremallera de su mono rojo, como si el segundo acto fuera consecuencia del primero. Un cuarto de siglo ha tenido que pasar para que un hombre haga ese mismo papel, pero sin escote. Los melifluos pudores siempre han desaconsejado que los hombres anuncien productos para mujeres. Ese miedo al travestismo, a la blandura, al esperpento incluso; el juicio a la masculinidad, que durante mucho tiempo no contemplaba el plural y sólo podía ser una. Pitt apenas sonríe, en su gesto hay gravedad y trascendencia, lleva un esmerado botón de la camisa abierto, y todo ello en un blanco y negro que remite a las películas de arte y ensayo. El spot, dirigido por Joe Wright, (autor de Expiación y la esperada Ana Karenina), es un anuncio sobrio, de cámara, puro acting, que reposa por completo en el magnetismo del actor. Treinta y pocos segundos, dos únicos planos, con un poema a medio camino entre Hojas de hierba de Whitman y el canto a un amor perdido aunque en ningún momento aparezca la palabra amor (“pero vaya a donde vaya ahí estás, mi suerte, mi destino, mi fortuna”) demuestran que lo ineludible no es el perfume, sino Brad. Desde su debut, rubio y descamisado, en aquella road movie feminista que fue Thelma & Louise supimos que tendría que dejarse la piel para romper la etiqueta de “niño bonito”. Simbiosis de Brando -actor de retos, siempre sin red- y de Dean -rebelde y consciente de su hipnótico poder se seducción-, Pitt ha conseguido lo imposible: madurar en Hollywood, aprendiendo de los mejores (Malick, los Coen, Fincher) a mezclar lo comercial, lo arty y lo intelectual.
Recientemente, en una entrevista para Interview, su amigo Guy Ritchie le pedía que se juzgase como actor: “Puñeteramente sólido”, respondía sin complejos. A un año de cumplir cincuenta, ha ganado dinero y prestigio a partes iguales, ha conseguido mantener un halo impenetrable y sigue rompiendo techos masculinos como el de ser el primer hombre que le pone cara al no-perfume que un día inventó Coco Chanel. Un perfume sin nombre, sin dibujo, sin curvas, pero con sexo.
Quién diría que iba a llegar tan lejos desde aquella aparición explosiva en Thelma and Louise