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Letizia, a los cuarenta

La princesa Letizia cumple cuarenta años. La edad en la que los amigos te preparan un vídeo con las fotos de tu vida para demostrarte que te quieren. O tu pareja te organiza una fiesta sorpresa en la que, cuando la emoción da paso al vacío, siempre acabas echando de menos a alguien o algo. “Nel mezzo del cammin della nostra vita”, anunciaba Dante, como si la hoja de un cuchillo la partiera en una tajada rotundamente simétrica. Es una ilusión. La del hilo del tiempo que nos permite pensar a plazos y en décadas, pero lo que no has alcanzado hasta ahora va perdiendo el color del horizonte. Paciencia y resignación, palabras sabias de rosario de abuelas. Por fin sabes que difícilmente volverás a esa ciudad que pisaste por primera vez con la idea de que tan sólo era un aperitivo y que regresarías, porque hay demasiado mundo que aún no conoces. En verdad, la vida es una colección de aperitivos y con suerte, un par de bistecs. Y cuando ya de casi todo hace veinte años, adviertes cómo la complejidad de los días, lejos de suavizarse, enreda sus nudos.

Aún y así, los cuarenta se venden hoy como la madura juventud, los treinta de antes, dicen. La edad en la que las mujeres lucen bien las joyas pero sin enterrar las minifaldas. Como Letizia, cuya percepción popular es bicéfala: si bien las encuestas del CIS indican un alto grado de aceptación popular de su figura, abundan los mentideros donde se la sigue presentando como la periodista ambiciosa del “braguetazo”, la que quiere reinar, inquisitiva y perfeccionista hasta la obsesión, la que no se habla con sus cuñadas, se retoca la cara cada semana, la que se ha raniajordaniado, no come y viste de baratillo. Además de esa voz tan voz miserable: “Lo de Urdangarin le ha venido muy bien a Letizia”, como si su rol dependiera de las tropelías de su cuñado. Lo advertía Unamuno: “La envidia es la íntima gangrena del alma española”.

Marcada desde el principio por su primera frase en Zarzuela -“¡déjame hablar!”-, la princesa de Asturias, a pesar de contertulios visionarios, no ha cometido errores; su imagen institucional en el exterior ha sido impecable, y en su pequeña parcela de actuación enarbola banderas que van desde el apoyo a la formación profesional hasta la lucha contra las enfermedades raras o el fomento de la lectura. La Casa Real estrena ahora su web con un objetivo único: la transparencia, consciente del debate acerca de su futuro, y del cartucho que representa la princesa para una monarquía en transición. Porque hace ocho años, Letizia Ortiz poco podía imaginarse que el estrepitoso escenario de sus cuarenta también sería el de su gran oportunidad.

(La Vanguardia)

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