La socialdemocracia, porosa y agrietada por una crisis de liderazgo, ha empezado a exfoliar sus pieles muertas. Ahí está, al fin, el apoyo al matrimonio gay por parte de Obama que le ha valido el respaldo de los jóvenes y de las celebrities (en casa del galán y activista Clooney recaudó 15 millones de dólares). Aunque todo empezó a finales de abril, en la tradicional cena de corresponsales donde es habitual que el presidente se ría de sí mismo. Acusado por los extremistas republicanos de ser un peligroso «socialista» y «un infiltrado», aprovechó la oportunidad para lanzar un titular al estilo de El Mundo Today: «Barack Obama, el candidato que quiere imponer el socialismo a nuestros perros americanos». Señalado por los conservadores con mohín antimulticultural porque comió carne de perro durante su infancia indonesia, Obama decidió sacarle jugo al asunto: «¿Cuál es la diferencia entre una hockey mom y un pitbull?, se preguntó. Que el pitbull está delicioso». Contaba la anécdota la corresponsal de Le Monde, Corine Lesnes, días después de que el aún candidato Hollande —antaño flamby, ya saben, softpower— manifestó en Londres que él no era un «hombre peligroso». Y lo remató afirmando que sería un presidente «normal». La expresión nos evocó aquella confesión de Zapatero que alertó a propios y extraños: «¿Tú sabes, Sonsoles, cuántos españoles podrían ser presidentes de gobierno?».
Porque presidir un gobierno es una auténtica anomalía. Puede que muchos franceses que se sientan normales y socialistas, como Hollande, y también sientan una especial predilección por Léo Ferré y Benjamin Biolay, que sus colores sean los del Olympique de Marsella o que tengan Germinal como libro de cabecera, pero nunca aspirarían a presidir la V República. Ni un «presidente normal» diría: «Las finanzas son mi enemigo» hasta el punto de hacer palidecer a las grandes fortunas prometiendo unas tasas del 75% para las rentas superiores a un millón de euros.
Hoy, el hombre tranquilo, como le apodan algunos, el que aguardó paciente en la sombra, el gordito feliz que adelgazó once kilos y se aligeró las gafas, ha desafiado la austeridad de Merkel afirmando que las finanzas no pueden pretender el dominio de la economía real. Libération ilustró la cruzada del relanzamiento económico a escala europea que anuncia y le dedicó una caricatura en la que, a modo de Sísifo, empujaba una inmensa roca con la bandera de la UE. Pero Hollande aún no ha tenido tiempo de demostrar la astucia de Sísifo, ni, por supuesto, de ser castigado por los dioses; aunque mañana se entrevista con Merkel dispuesto a cambiar la hoja de ruta para gestionar la crisis, y a representar el fin de la era Merkozy. Lo más paradójico es que muchos de sus adversarios ideológicos desean que no fracase en el intento. Qué gran responsabilidad la suya: lograr que la exfoliada piel de la socialdemocracia resplandezca.
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